jueves, 19 de junio de 2014

De- construir la teoría para des-educar en la práctica

De-construir la Teoría para Des-educar en la práctica
Relación entre el proceso de socialización, el género, la discapacidad y la sexualidad.
Autora: Mirta VALLORI (Seudónimo Silvia Mirta VALORI). Escritora.
Secretaría de Gestión y Articulación Institucional del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)

Resumen aprobado:

El denominado “proceso de socialización”, cimentado y difundido por las familias, las escuelas, las iglesias y los medios de comunicación es producto de las más acendradas creencias y dogmas de quiénes lo replican. A su vez, quiénes nos formamos dentro de este proceso,  repetimos dichas creencias y dogmas al criar y educar a nuestros/as niños y niñas
Durante su transcurso se van produciendo y fijando ideas acerca de lo que es  “normal”, así como lo que es aceptable, digno, valioso, leal y legal.
De esta manera vamos forjando nuestra identidad y definiendo nuestro cuerpo físico, con mandatos sociales, creencias e ideas que se van instalando en nuestra mente, a veces sin siquiera percatarnos de ello (currículo oculto o mensajes subliminales)
Las personas con discapacidad son percibidas como “raras” o “malformadas”, con “defectos físicos” o “mentales” porque no concuerdan con la “normalidad”.
Hay bastante literatura y teoría sobre los “cuerpos aceptables” y los inaceptables, los “cuerpos imperfectos” – también denominados “cuerpos abyectos” a los que sólo se les permite vivir “al margen” de un sistema que ha sido creado, instituido y normativizado en el siglo XIX por hombres, de sexo masculino, blancos, europeos, de mediana edad y sin discapacidades.
Es preciso realizar un exhaustivo análisis sobre cuerpo, sexo y género, y su incidencia en cuanto al goce de derechos y de reconocimiento social, ya que hasta el momento – y salvo honrosas excepciones –  las feministas han ignorado la discapacidad en sus escritos, por lo que son casi nulas las teorizaciones referidas a la transversalización entre el género y la discapacidad, productora de desigualdades y de inequidades, y donde las mujeres con discapacidad ocupan un sitio de desventaja  con respecto a sus congéneres sin discapacidad.
Hemos estado atrapadas/os durante mucho tiempo en dogmas y creencias que ya no nos ensalzan sino por el contrario, degradan y deterioran la dignidad, especialmente la de las mujeres y niñas con discapacidad que están sometidas a una doble y a veces, múltiple discriminación, por género y por discapacidad.
La Educación Sexual Integral, con sus Cuadernillos, Láminas y Folletos viene a llenar un vacío en la Educación en cuanto a lo qué es género, diversidad,  valores, nos enseña a respetar y a querer nuestro cuerpo, a cuidarnos, cuidar y respetar a las demás personas; viene a ayudarnos, en definitiva, a transitar un camino que hace mucho tendríamos que haber comenzado a transitar, el del respeto y la valoración de nuestro cuerpo, más allá de nuestra apariencia física.
Pero para ello es necesario que la discapacidad deje de ser vista y considerada como un “problema individual”, pasible de ser corregido y “normalizado” y pase a ser una diversidad más dentro de la bio- diversidad, una manera u otra forma más de vivir y que los niños y las niñas con discapacidad sean educadas en espacios comunes, que todos y todas compartamos los ámbitos educativos porque si comenzamos a discriminar desde que somos pequeños/as, resultará luego difícil erradicar esa costumbre.
Es casi imposible instalar un nuevo paradigma social y de derechos, estando vigente el viejo modelo médico, rehabilitador que está cimentado con sólidas bases desde hace siglos.
Educar a las personas con discapacidad sobre sexualidad, no sólo es necesario, sino que es imprescindible para lograr la equidad y la igualdad que estamos buscando y proclamando y que respalda y legaliza totalmente la Convención Internacional sobre los Derechos de las personas con discapacidad.

Palabras claves: socialización – género - discapacidad

Proceso de socialización y construcción del género.
El proceso mediante el cuál se produce la construcción del género (y podemos decir también que el de la “discapacidad” o “diversidad funcional”) se denomina “proceso de socialización”. Es un proceso que se inicia en las familias, que contiene creencias, supuestos, conceptos, modelos y pautas que se transmiten en la primera infancia y que van conformando un “sistema” de ideas, creencias y valores que va a constituir el software (por así decirlo) con el que se manejará nuestra mente y, en consecuencia, nuestra vida.
El proceso mediante el cuál se construye la sexualidad es el proceso de sexuación. Si bien todos y todas somos seres sexuados y sexuales desde que nacemos hasta que nos vamos, en el imaginario social no nos está permitido realizar las mismas acciones ni obrar de igual manera con un cuerpo “de hombre” que con un cuerpo “de mujer”.
El cuerpo que una persona posee y/o con el cuál nació, el proceso de socialización más el de sexuación harán que puedan ejercer o no, practicar o no, vivir o no, distintas sensaciones, emociones, angustias, alegrías y placeres. Retomaré esta idea más adelante en este escrito.
Dichos procesos se inician durante la infancia en las familias, continúan en las escuelas e iglesias y se afianzan día a día mediante los medios de comunicación, los clubes y el entorno social.
Es la familia la primera educadora por excelencia, aunque podemos observar que esta familia educa según las bases y conceptos recibidos a su vez, de otras   familias/personas que los/as educaron, de las escuelas e iglesias a las que concurrieron, de los medios de comunicación por los que fueron influidos y de la sociedad en la que se formaron. Pero todos y todas sabemos – y especialmente, quiénes estudian psicología lo saben mejor aún – que resulta muy difícil erradicar lo aprehendido durante los primeros años, por eso es que afirmo que la familia (sea como sea que esté o estuvo conformada) es “la primera educadora por excelencia”. Todas nuestras apreciaciones, conductas, ideas, deseos son fuertemente transmitidos por los padres, madres, abuelas, abuelos, tías, tíos u otros integrantes de la familia que son quiénes nos educaron y subliminalmente (o no) nos han transferido las ideas que “ellos/as” tenían y presumían acerca de nosotros/as, de las costumbres, de la vida  y del “ideal” al que podíamos aspirar o llegar.
“… No hay ninguna política pública que pueda cambiar la vida privada. La influencia precoz, directa y constante de la familia (ya que dura casi toda la vida) provoca que sus efectos sean muy duraderos...”  Emilia Moreno, “La transmisión de modelos sexistas en la escuela”, Pág. 63.   (1)                                                                                                                             “… Valores como la sensibilidad y la solidaridad, la preocupación por los demás considerados tradicionalmente como propios de las mujeres, deben convertirse en valores sociales positivos para hombres y mujeres…” (Urruzola, 1996)(1)

Asimismo, son las escuelas  a través del personal que integra el plantel educativo pero también con el “currículo oculto” y con todas aquellas prácticas que no necesitan estar escritas porque forman parte de las “costumbres escolares” y continúan perpetuándose en el tiempo, quiénes tienen la tarea de ser “las segundas educadoras por excelencia”, y es aquí donde el cuerpo ya no es sólo de la familia ni de la persona, sino que pasa a ser un “instrumento de cuidado y de competencia colectiva”, originando valores y dis-valores, estigmas y huellas que van a quedar para siempre en la memoria, produciendo conductas y acciones que favorecerán – o no – a las personas en su adultez.
Recordemos, a modo de ejemplo, las campañas de despiojización, y cómo debían llevar el cabello las niñas (recogido en una cola de caballo o rodete) y los varones (cortado al ras de la nuca), las uñas limpias y prolijas, más las campañas de vacunación infantil y tantas otras. Así como también las clases de gimnasia donde el cuerpo era quién se destacaba por las destrezas o ponía de manifiesto las torpezas grabando a fuego aquello que nos resultaba difícil de realizar, cuánto nos costaba movernos, correr, saltar, y ser “las/os más veloces”, “los/as más aptos/as” y/o “los/as mejores”.
Actualmente se llevan a cabo campañas para que los niños, niñas y adolescentes se cepillen adecuadamente los dientes y para propiciar el lavado de manos a fin de evitar contagios (lo que me parece excelente), pero que no deja de ser una intromisión de otros/as extraños en los cuerpos de los/as estudiantes.
Hago este análisis bastante minucioso para demostrar cómo la escuela es parte del proceso de socialización e influye sobre el cuerpo desde el momento que interviene directamente sobre él y hasta cuándo “formamos una fila”, en hilera, unos/as detrás de otros/as, mujeres con mujeres, varones con varones. Desde pequeños/as estamos siendo programados para acostumbrarnos o habituarnos a que el “control estatal”   (representado acá por la escuela) o “los otros/as” se apropien de nuestro cuerpo, lo dominen y controlen mediante la persuasión o el deber, siendo sobre exigidos y obligados/as (de alguna manera) a mantenerlo en estado aceptable, limpio, prolijo para evitar enfermedades, contagios y complicaciones, pero también para evitar que las personas  “se salgan del molde” y adopten un comportamiento diferente, para impedir que sean originales y tengan iniciativa, para excluir a quiénes piensan diferente y potenciar la imposible homogeneidad y cómo, además, según sean o no sean, tengan o no tengan, hagan o no hagan, ocupen tal lugar o no lo ocupen, se va formando y con- formando la imagen y percepción de la propia identidad corporal. Y lo que resulta y resultará de allí. Y cómo más adelante, durante la vida adulta lograrán ocupar o no los sitios, obtendrán o no los beneficios, serán “pobres y sencillos/as” y/o “ricos/as y altaneros/as” y/o “tímidos/as y sobrios/as” y/o “audaces y excelentes” y tantos otras posibles formas de ubicarse en el mundo, según hayan sido formados/as y con- formada la propia identidad de género, de raza, de clase, de sexualidad, pero muy especialmente, de “normalidad”. 
“… Lo primero, que refiere estrictamente a un significado descriptivo (lo insólito, lo desacostumbrado, lo poco frecuente, lo no masivo, lo diferenciado, lo singular) se tomó lo segundo, adquiriendo un significado normativo (que refiere a la adecuación a un valor, a la desviación: lo inaceptable socialmente, lo no permitido, lo que genera desorden y atenta contra la estabilidad, lo desajustado, lo improductivo, lo no competitivo)…” Kipen y Vallejos, 2009 Pág. 132)(2)

Es necesario detenerse (a veces) y observar cómo las personas ocupan los lugares en el denominado “espacio público”: cómo transitan por las veredas, dónde se sientan en las plazas, cómo se instalan en las mesas de los bares (por nombrar sólo algunos sitios) y notarán que lo hacen de forma diferente según sean mujeres, varones, con discapacidad, de piel negra, gays, lesbianas, personas trans, etc
Todas estas ideas, paradigmas y costumbres que se transmiten y se graban firmemente  durante nuestra niñez y adolescencia conforman un sistema de creencias que impide el crecimiento equilibrado de todos y todas. Que impide a los varones, por tener un cuerpo “de varón” expresar sus sentimientos, llorar, emocionarse. Que imposibilita a las mujeres, por tener un “cuerpo de mujer” demostrar fuerza física, capacidad para el mando y ser activas. Que contribuye y hasta se puede afirmar que promueve, que los varones se expresen de manera violenta y que estas conductas violentas sean aceptadas socialmente. Que favorece para que las mujeres se conduzcan de manera sumisa y obediente, aceptando las conductas agresivas de los varones “naturalmente” porque “tienen demasiada testosterona”. Que promueve hábitos conductuales que tanto varones como mujeres desarrollarán en su vida de adultos/as, por los cuáles ellos serán los encargados de proveer a las familias, y si no pueden cumplir con el rol de “varón proveedor”, se desanimarán y serán descalificados, llamados “vagos, necios y/o haraganes” llevando estas descalificaciones y desvalorizaciones a convertir a las personas de sexo y género masculino en seres deprimidos, sólo por que no cumplen con el “ideal de rol” para el cuál han sido formados. Y que contribuirá a que las mujeres cumplan determinados roles, aceptando y respetando la “división sexual del trabajo”, su invisibilización y la desvalorización de las tareas que realizan, además de tener mínimos reconocimientos y percibir haberes menores por igual tarea en ámbitos laborales. Y tantas otras conductas y comportamientos que se verán favorecidos por estas ideas que se han ido consolidando con el paso del tiempo y con la espléndida ayuda de los medios de comunicación que día a día los reiteran en sus publicidades, series, películas, novelas y revistas de actualidad.
Es necesario mencionar aquí también a los “mensajes subliminales” que día a día, aviso tras aviso llenan nuestras mentes y emociones sobre lo que es “ideal”: el cuerpo “ideal”, la cara “ideal”, el cabello “ideal”, transmitiendo a nuestras niñas, niños y adolescentes, modelos acerca de cómo hay que ser para “ser feliz”, cuánto peso, altura y medidas hay que tener, promoviendo de esta manera la aparición de la bulimia y la anorexia, dos “enfermedades” mentales causadas por esta intromisión de otros/as extraños (y no tanto, a veces) en nuestros cuerpos, a través de mensajes subliminales (o no) que transmiten ideas, modelos y pautas acerca de un “ideal” generalmente difícil de lograr.
(…) Estamos acostumbrados a vernos con los ojos de los/as demás, es decir, creamos nuestra imagen a partir de los comentarios de la gente, como nos ven, qué piensan de nosotros/as, etc. Cuando nos desarrollamos teniendo como referencia el mundo material, por lo general nuestro cuerpo físico es lo más valioso para nosotros, pero es encauzado a la vanidad, a la hermosura, a nuestro aspecto observado de un modo frívolo. La importancia que nuestra sociedad le da al comercio, a las marcas y a la moda nos conduce a que, lejos de amar esta “preciosa máquina” llena de inteligencia y perfección terminemos por no aceptarnos y peor aún, nos despreciemos hasta causarnos daños a nosotras/os mismas/os.  Intentamos alterar nuestro aspecto y nuestro organismo sometiéndonos a agresiones, como pueden ser: el ingerir “preparados” para bajar de peso, interminables horas de ejercicio, cirugías plásticas, nos fastidia nuestra estatura, la coloración de nuestros ojos y vivimos elogiando ¡la belleza de las/os demás!… (Silvia Valori, Curso de autoconocimiento y desarrollo personal, 2003) (3)

Proceso de construcción de la discapacidad
El proceso de construcción de la discapacidad es, tal vez un poco más complejo para explicarlo, aunque se puede decir que intervienen los mismos agentes socializadores: familias, escuelas, iglesias, medios de comunicación, a los que se suma la “comunidad médica” con fuertes parámetros “normalizadores” y “de curación”, quiénes se unen en un “complot generalizado” para que la discapacidad sea vista, percibida, pensada y tratada como un “déficit individual”, como un faltante en la salud o de determinadas condiciones corporales, sensoriales y/o mentales que permitirán rotular (o no) a la persona como “normal” o “anormal”, “defectuosa” y/o “malformada”. Es una construcción que admite que en nuestra mente se instalen ideas acerca de cómo deben ser los cuerpos y qué deben hacer, sentir y comprender de manera “normal” los cuerpos. Y el ser educados/as así nos trae como consecuencia que en la adultez (comienza en la niñez, prosigue en la adolescencia, pero se afianza en la adultez) no vamos a dar cuenta ni a respetar otras maneras de hacer, de andar, de comprender, de ver, de oír, otras maneras de tantas cosas, viendo, pensando y percibiendo a la “discapacidad” o a la “diversidad funcional” como producto de un “faltante” en el cuerpo de la persona, tratando a éstas personas como enfermas y “discapacitadas” (El prefijo “dis” lo deja muy claro en nuestro entender: “que algo les falta” y/o “que algo no tienen”) como si fueran seres inferiores, subordinándolos, sometiéndolos a tratamientos y condiciones de vida indignos, sólo porque sus cuerpos no responden al “ideal” o la “norma” que hemos internalizado por medio de la educación falaz que hemos recibido.
“… La nominación y aparición de cuerpos abyectos (en el sentido con el que son considerados por Judith Butler), y en consecuencia de los cuerpos que “importan”, es tanto una estrategia de saber/poder como el acontecimiento concreto de la toma de poder por parte de cuerpos razonables e inteligibles que van a detentar el privilegio de la nominación/dominación de otros cuerpos. Argumentando sobre las normas regulatorias y la repetición por la cual los cuerpos se definen, Butler (2002) plantea que: “Si se comprende la restricción como restricción constitutiva, aun es posible formular la siguiente pregunta crítica: ¿cómo tales restricciones producen, no sólo el terreno de los cuerpos inteligibles, sino también un dominio de cuerpos impensables, abyectos, invisibles (Butler, Judith, “Cuerpos que importan” Pág.14)(4)

Tomo esta cita para preguntarme cómo la restricción de la que ella habla se constituye en gran parte por la mirada, y cómo el régimen visual o escópico opera en la producción de cuerpos abyectos. Estoy haciendo una analogía entre los planteos de Butler, sobre las relaciones entre género y sexo y su concepción de la performatividad como proceso que posibilita la normatividad y la implantación de los ideales regulatorios, con la discapacidad con la constitución del cuerpo discapacitado…”
“Tanto indios como mujeres como discapacitados, en tanto cuerpos oprimidos, relaciones de poder corporizadas pueden considerarse dentro de un proceso múltiple de abyección, por el modo en que la mirada o la visión los espacializa y dispone…”(Raúl Díaz, “Debates y perspectivas en torno a la discapacidad en América Latina”, Pág. 34) (5)

Sólo es válido para nuestra comprensión aquello que se nos ha enseñado como “la normalidad”. Todo lo que no encaja, lo que no se puede ajustar al “ideal” es considerado inútil, discapacitado, inválido, enfermo y abyecto, ocultado y excluido, llevado a las márgenes, o al fondo, para no verlo, ni darle un lugar en el Mundo, con la idea que la misma exclusión a que se los somete acabe o termine con ellos.
 “… Resultará interesante ver la conformación de hospitales, asilos, escuelas, prisiones, y el sistema de cloacas construidos a partir de fines del siglo XIX para mandar abajo lo abyecto y tenerlo bajo control…” (Raúl Díaz, “Debates y Perspectivas en torno a la discapacidad en América Latina, Págs., 35, 36)(5)

Subrayo la palabra “control” deliberadamente para destacar que en torno a estas construcciones impera, de manera disimulada, la imperiosa necesidad de dominación y control sobre los cuerpos (y en definitiva, de las personas). ¿Qué es sino, entonces, el haber ocultado por tanto tiempo los derechos sexuales a los que tenemos acceso? ¿Y que, sin embargo y aún hoy son relativamente pocos/as quiénes los conocen y disfrutan? ¿Por qué aún con leyes que los respaldan sólo llegan a ciertas clases sociales y personas? ¿Por qué todavía hoy, tenemos una sociedad donde hablar de sexo es tema tabú, y provoca vergüenza y resistencia, como si mencionáramos algo tenebroso y pecaminoso (y que además nadie practica)?
Sin embargo, vemos y escuchamos en la televisión o en la radio todo el día hablar de sexo, sin ruborizarnos ni avergonzarnos… Y no sólo escuchamos hablar de sexo, casi se puede decir que la televisión muestra sexo implícito sólo que con gente “vestida a medias” cubierta con telas transparentes y trajes bien ajustados. Y nadie se sonroja por ello: pero cuando se trata de hablar del propio cuerpo, de nuestras prácticas y de nuestras relaciones sexuales, la mayoría de las personas se muestran ambiguas y tímidas. Y no importa el nivel educativo alcanzado. He notado, durante el desarrollo de las clases que he dado sobre Educación Sexual Integral (ESI) con el equipo del Ministerio de Educación de la Nación, que a mayor educación existen mayores prejuicios y mitos al hablar de sexualidad, de género y del cuerpo.
Un apartado especial merecen las ideas impuestas sobre la “buena salud”, o lo que constituye “la buena salud”, aquello que tenemos que conservar y desear poseer por siempre, en definitiva y en pocas palabras “el eterno vigor” y “la eterna juventud” que nos son suministradas en raciones generosas a lo largo de toda nuestra vida. Creamos de esta manera un ideal de belleza y juventud imposible de mantener para la mayoría de las personas, un ideal de cuerpo al que pocos tendrán la dicha (o no) de poseer, un ideal de personas, que caminan, saltan, corren, oyen, ven, sienten, comprenden según nuestro real entender de cómo “debe ser” y cómo es “lo normal”. Y cuándo el cuerpo comienza a declinar, por el paso de los años, en lugar de aceptarlo, cuidarlo, quererlo y respetarlo más, comenzamos a pensar cómo lo podemos “mejorar”, recurriendo a costosas operaciones quirúrgicas para eliminar las adiposidades, y estirarlo, alargarlo, enflaquecerlo y/o engrosarlo (esto último es lo menos frecuente)
Y todas aquellas personas que, por ser de baja estatura, o por que no ven, o no oyen, o no caminan y usan silla de ruedas o caminan con un bastón, y/o tienen dificultades de comprensión, son “mentalmente desechadas”, son metidas dentro de una “caja mental” de “anormalidad” o “defectuosidad”, pensando de esta forma que la “discapacidad” está en el interior del individuo/a, para dar validez a un “modelo médico” de enfermedad, diagnóstico, tratamiento y rehabilitación en el cuál la “discapacidad” ocurre dentro de la persona, dónde ni el entorno, el medio, el hábitat ni las ayudas técnicas y personales tienen participación para crear o para lograr superar las condiciones “discapacitantes”.
El proceso que he mencionado forma parte de un “proceso de discapacitación o de  discapacitud” – y así como existe el “proceso de negritud”, en el cuál las personas que tienen piel negra, ya de pequeñas, son colocadas en un lugar mental de subordinación y subvaloración dentro del imaginario colectivo, sólo por tener la piel negra y esto se establece, subliminalmente y no tanto, internamente, en ellas mismas así como también en y dentro de la mente de los niños y niñas que se forman mediante paradigmas de desigualdad y discriminación hacia personas de piel negra – De la misma manera, el proceso de “discapacitud”, interviene activamente para que las personas sean instaladas en un lugar mental (que luego se manifiesta dentro de la sociedad) de desvalorización y demérito, y que es reservado sólo para quiénes no tienen un cuerpo “normal” ni responden a “la norma” y por ese motivo, son consideradas “inhábiles”, “incapacitadas” o “discapacitadas”.
  Se puede afirmar también y sin lugar a dudas, que mediante este proceso la “discapacidad” o “diversidad funcional” envuelve a la persona en un “halo negativo” que contribuye a que las demás se comporten de manera diferente o bien a que la ignoren, o bien a que quieran/traten de ayudarla sin consultarla previamente, por que este “halo” perturba e incomoda de alguna manera, ya que conjuga los miedos más ocultos y revela la negación de los seres humanos a reconocerse como pasibles de enfermedad, de dolor y de transitoriedad por este mundo que es lo que, en definitiva, presuponen inconscientemente cuando ven y/o se relacionan con una persona con discapacidad. Ya que sigue existiendo el preconcepto acerca de que tener discapacidad es sinónimo de tener enfermedad, angustia y dolor constantes.
Sin embargo, es posible contribuir a erradicar este tipo de conductas, visibilizando e informando clara y meticulosamente, partiendo de un modelo en el cuál la discapacidad no es interna, no es de la persona, como se viene desarrollando y analizando en este trabajo, sino que es externa, que está fuera de la persona y es la sociedad la discapacitada, la que discrimina y establece qué es “lo normal” y qué es lo “anormal”, basándose en un sistema de normas y conductas que se instauraron en el siglo XIX y que, inexplicablemente, (o no tanto, porque el mercado neoliberal contribuye notablemente para mantener las desigualdades) permanecen aún en el siglo XXI.
Para aclarar un poco más lo que vengo expresando, se puede afirmar que quien más discapacita a las personas, quién crea las condiciones para que la “discapacidad” se manifieste y se exprese crudamente inhabilitando a quiénes la tienen, es el “entorno discapacitante”, es la sociedad con sus barreras físicas, actitudinales, mentales, simbólicas, arquitectónicas. Es la mente de las personas que ha sido marcada fuertemente con ideas- barreras desde su infancia, lo que permite luego que estas barreras se manifiesten en forma de escalones, escaleras, pendientes difíciles de transitar, así como folletos, programas, revistas, libros a los que no tendrán acceso las personas con discapacidad, por que no  serán traducidos a lenguajes alternativos y/o aumentativos, y por el gran desconocimiento del lenguaje de señas que tiene la mayoría de los/as habitantes, cosa que se podría subsanar, de manera cierta si el lenguaje de señas fuera una materia más dentro de las que recibimos en la escuela primaria. Y también el lenguaje Braille. Por citar sólo dos formas de ir corrigiendo lo que nos falta para lograr la verdadera inclusión en todos los ámbitos sociales. Y además, por que creo  que ya es tiempo de relacionarse con los métodos facilitadores que permiten la inclusión de las personas y con la “discapacidad” desde la más temprana infancia para que en nuestro entender, sea “normal” ser “diferente” y admitir que “ser diferente” no es motivo para ser tratado con inequidad, es decir, “de la diferencia no puede ni debe derivarse la “desigualdad”.
La accesibilidad actitudinal (o conductual), el buen trato sin distinciones, el comportamiento espontáneo y natural hacia las personas con discapacidad son condiciones indispensables para lograr la inclusión en igualdad y con equidad.
Según la definición de la OMS: “La discapacidad es el resultado de la interacción entre una determinada condición de salud, el entorno y las ayudas técnicas o personales a las que se tiene acceso”
A modo de ejemplo podemos afirmar que no tiene la misma discapacidad (ni el mismo grado de participación en la vida pública y privada): una mujer que usa silla de ruedas, vive en el campo, no tiene automóvil ni conduce, no posee celular ni teléfono ni Internet, que no trabaja ni estudia y reside en una casa que no tiene veredas en el contorno, sobre calles de tierra; que una mujer que usa silla de ruedas ultraliviana y de última generación, vive en la ciudad con calles de asfalto, tiene una casa adaptada a su condición, veredas en buen estado y rampas con pendientes adecuadas, que sabe conducir y maneja su propio automóvil, que tiene celular, teléfono, Internet, un trabajo decente y remunerado, que estudia e interactúa socialmente con compañeros/as, amigos, amigas y familiares y cuenta con una persona que le hace las tareas domésticas y la asiste. Si bien son dos mujeres con casi idéntica condición física, la “discapacidad”  (resultante del entorno en el que residen y las ayudas técnicas y personales a las que tienen acceso), no es la misma. Por eso se puede afirmar que la “discapacidad” (o lo que, debido a las barreras, “no puede hacer” una persona) es una construcción social y está directamente relacionada con el entorno.
Se viene construyendo (y aquí voy a referirme a la arquitectura) de tal manera que el entorno discapacita, por que quiénes diseñan –así como todos y todas quiénes nos hemos educado en este sistema – poseen/mos “barreras mentales” firmemente arraigadas que no nos permiten pensar, diseñar y construir de otra forma y de tal manera  que todo lo podamos usar todos y todas, más allá de la condición física, sensorial y/o mental.
Se piensa, diseña y construye todavía pensando en gente “normal” según nuestra “normalidad” aprendida. Según lo que nos han enseñado que es “lo normal”. Y estas  “normas” fueron implementadas en el siglo XVIII por hombres, de sexo masculino, de mediana edad, europeos, blancos y sin discapacidades! y continuamos rigiéndonos por ellas en cuanto a medidas, pesos, alturas y otras valoraciones!
“… Sin embargo, este estar “afuera” de ciertas prácticas e instituciones supone, a la vez, ser incluido en otras prácticas sociales y otros circuitos institucionales (instituciones de rehabilitación, escuelas especiales, talleres protegidos, etc.) destinados a la corrección normalizadora (prácticas caritativas y asistenciales, tutelas, educación especial, rehabilitación, trabajo protegido, etc.)…” Kipen y Vallejos, 2009: 137-138) (6)

Este proceso de construcción de la discapacidad favorece a un “Estado padre protector” que posibilita que existan “discapacitados/as” para financiar programas de ayuda y amparo, que casi siempre benefician más a quiénes no tienen discapacidad que a quiénes la tienen. En América Latina – y en Argentina – es mucho el dinero que se invierte para reparar, rehabilitar, brindar educación especial y proteger a las personas con discapacidad. Y que sólo llega a un determinado número de personas y de determinadas clases sociales. Y siempre deja a un gran número de ciudadanos/as con discapacidad fuera y lejos del beneficio que efectivamente podrían darle estas “ayudas” y la caridad estatal.
 “…No hay discapacidad sin Estado, o sea que la discapacidad no existe por fuera de los dispositivos normativos estatales de regulación del acceso a los beneficios derivados de las clasificaciones arbitrarias que el mismo produce. La discapacidad no existe como tal por “fuera” de su enunciación en un “diagnóstico” médico. No hay discapacidad por fuera del discurso de la normalización. La discapacidad es un dispositivo “estatal” de control de los cuerpos…”Alfonsina Angelino, “Debates y perspectivas en torno a la discapacidad en América Latina”, Pág. 35. (7)

 La discapacidad como objeto de análisis de la sociología (Silvia Mirta Valori. “Cuerpo y emociones. Cuerpo y discapacidad”) (8)
(…) “Es interesante reflexionar que cuando hablamos de “discapacidad” estamos hablando de personas. Nos tiene que quedar grabado que al decir “discapacidad” nos estamos refiriendo a personas. Y, la mayoría de las veces, cuando se aborda un análisis y se quiere llegar a una conclusión, no aparecen las personas con discapacidad sino que, en su lugar, se presentan (y las “representan”) las Instituciones “benefactoras” que “trabajan para” o “trabajan por” las personas con discapacidad.
La peor de las preguntas posibles que nos podemos formular es ¿qué es la discapacidad? Este querer desentrañar “qué es la discapacidad” elude la cuestión de fondo. Ya que “lo que es” la discapacidad depende de lo que colectivamente definamos “qué es la discapacidad”. Si preguntamos por el qué, por la sustancia, pretendemos que “la discapacidad” sea un estado inamovible del ser. Y no lo es. Se puede plantear un análisis desde dos planos diferentes: el de superficie (teórica – sociológica) y el análisis profundo.                                                                                     
Hasta la fecha el mundo ha funcionado sin tomar en cuenta y sin incluir a las personas con discapacidad.
El análisis de superficie perseguirá develar los trasfondos en los que se asienta la dominación a través de la negación sistemática de los derechos humanos.
La condición actual del colectivo de personas con discapacidad presenta una negación de sus derechos humanos, la que se asienta y tiene un trasfondo en una teoría mercantilista por la cuál una persona vale o tiene capacidad según lo que puede o no puede hacer, en términos productivos y en lo que se refiere al trabajo remunerado.
Además está el modelo científico (modelo médico), que es quién relaciona discapacidad con enfermedad, en el que “la discapacidad” se convierte en un anomalía, un defecto fisiológico que va a llevar a que las personas que la tienen les será mucho más difícil vivir en la sociedad y que, cuando más se acerquen a la “cura” o “la normalidad” más derechos y reconocimientos obtendrán, así como también “la felicidad y la alegría de vivir”.
Se puede afirmar que de verdad existe una singularidad fisiológica a la que el sistema capitalista la convierte en inutilidad. Así como también que existen políticas de Discapacitación: las personas improductivas son inútiles para el sistema, y por ello son apartadas. Por ese motivo, se crean e instituyen tratamientos de Rehabilitación, para lograr la rectificación en la búsqueda de la “normalidad”.
En el sistema actual, cuanto más se acerca una persona con discapacidad a la “normalidad”, más derechos va adquiriendo. A mayor discapacidad, mayor es la vulneración y violación de los derechos. Existe un modelo jerárquico de relaciones, donde quién no tiene discapacidad se considera superior a aquellas personas que la tienen. Y esto opera a nivel subconsciente.
Es en el análisis en profundidad donde va a intervenir el cuerpo. 
Y también deberá intervenir la sociología crítica para contribuir con la de – construcción de esas lógicas de dominación.
El habitus crea cuerpos “socialmente discapacitados” con la propia connivencia de las personas portadoras de esos cuerpos. Las definiciones ortodoxas de “normalidad” condenan a esos cuerpos a la exclusión social.
Se puede establecer aquí también una comparación con la teoría de género: en América Latina y casi se puede afirmar que en el mundo entero, las acciones son evaluadas de manera diferente si quién las ejecuta es un cuerpo de hombre o un cuerpo de mujer. Se “califica” – por así decirlo – de manera diferente a alguien que,  por ejemplo, tiene amantes: si es un varón, se pensará/dirá de él que es “un galán” o “un seductor” (evaluación positiva de un acto que realiza una persona), en cambio, si es una mujer quién lo hace se dirá de ella que es “una mujer fácil” o “una loca/prostituta/calentona” o cosas peores aún (evaluación negativa de un acto que realiza una persona).
Lo mismo ocurre con el cuerpo de las personas con discapacidad, el atributo físico que las convierte en “diferentes” hace que sus acciones sean evaluadas de manera diferencial y, la mayoría de las veces, en forma negativa.
Si es una persona con discapacidad que trabaja por concientizar y sensibilizar acerca de los derechos, se pensará de él/ella: que trata de obtener beneficios por su condición para conseguir prestigio y dinero, que es una “aprovechadora” y que “por algo lo hace”. Si es una persona con discapacidad y no trabaja por la concientización sobre los derechos, y ha alcanzado un nivel de vida digno con prestigio social, se dirá de el/ella que no hace nada para mejorar las condiciones del colectivo de la discapacidad  porque no le importa el tema ni la afecta, como si no fuera “discapacitada”.
La capacidad de dictaminar qué es “lo correcto” y qué es “lo no correcto” es arbitraria y proviene de quién ejerce el poder.
Se supone que la “imperfección” proviene de un “defecto fisiológico”. Existe un habitus que “condena” a las personas con discapacidad a ocupar el lugar que otros/as definen (…) (Silvia Mirta Valori, Cuerpo y emociones. Cuerpo y discapacidad, 2007) (8)

Mujer y Discapacidad

 “…La regla básica en todas las relaciones sociales y en el mundo político es que: “lo que cada miembro/a de la sociedad no haga por sí mismo/a por medio de un esfuerzo sistemático de organización y superación, no será hecho por ningún/ a otro/a…” (9)

Las mujeres con discapacidad son vistas y percibidas aún hoy como personas asexuadas y consideradas “medio mujeres” o “no mujeres”.
Ser mujer y tener una discapacidad son dos características que, aliadas, aumentan la exclusión, el desempleo, la falta de educación, el maltrato y la violencia. Las mujeres con discapacidad soportan una doble o múltiple discriminación, la que sumada a la invisibilización a la que están sometidas dificultan y, en la mayoría de los casos, imposibilitan su inclusión en los diferentes ámbitos. (“Cuadernillo de Género y Discapacidad”, Consejo Nacional de la Mujer, 2007) (10)

El cuerpo, que sigue siendo la representación simbólica de “la madre” para el género femenino, depositario de ideas acerca de lo que es “fecundo” y “sano” es quién determina en gran parte esta apreciación, ya que en el imaginario colectivo “no pueden” ser madres, ni esposas, ni novias ni amantes, primera condición para ser considerada “mujer” por que ese cuerpo no responde –por lo general – a la mitología popular de “cómo debe ser” el cuerpo de una mujer, para ser considerada “apta para…” ser novia, amante, esposa, ama de casa, pero más específicamente, madre.
A las mujeres con discapacidad la sexualidad les es negada o relativizada ya sea por que “pueden quedar embarazadas” (sometiéndolas a esterilizaciones sin su consentimiento en algunas instituciones) y además por que, si efectivamente quedan embarazadas “qué van a hacer con el niño o niña, cómo lo/a van a criar y tantos interrogantes más”.  Son consideradas niñas eternas e infantilizadas tanto en las relaciones familiares como en el imaginario social.
No se piensa en ellas como destinatarias de programas de salud sexual y reproductiva. Y las relaciones sexuales y de amor, por placer también les son negadas (en el imaginario colectivo), por que un cuerpo que no cumple con el ideal de “belleza” en nuestras sociedades no puede, no debe ni se le permite tener sexo ni amor por placer.
“… Día tras día, en todo el mundo, los derechos humanos de las mujeres están en juego, pero no por razones biológicas, sino actitudinales, culturales y sociales, siendo precisamente las mujeres con discapacidad algunas de las más afectadas por tener que hacer frente a múltiples barreras que le dificultan la consecución de objetivos de vida considerados como esenciales.
La comunidad internacional ha reconocido la doble discriminación que soportan las mujeres con discapacidad las cuáles están discriminadas respecto a la población general, a los hombres con discapacidad y a las mujeres sin discapacidad.
Los datos estadísticos reflejan una realidad en la que muchas personas, por ser mujeres y tener discapacidad, tienen escasas posibilidades de desempeñar un trabajo digno, viven con una pensión mínima, recluidas en el hogar cuidando a otros miembros de la familia y sin reconocimiento, consideradas con una visión infantilizadora y victimista como personas incapaces. Todo ello las hace más susceptibles de sufrir malos tratos psicológicos y físicos…” (Blanco Engido, Encarnación. “Mujer y discapacidad”, 2003) (11)

Los Derechos sexuales son ignorados por la mayoría de las mujeres con discapacidad. Podemos afirmar que existe un Derecho cuando es conocido por la comunidad, cuando es aceptado por ésta y cuando hay normativa que lo respalda. Sin embargo, un importante número de mujeres con discapacidad tienen vedado por completo este conocimiento y más aún, la posibilidad de hacerlo valer. Si bien la ley sobre salud sexual y reproductiva, la ley de educación sexual integral y otras han venido a llenar ese vacío legal, aún nos falta pensar y sancionar una ley y realizar acciones para que, de alguna manera, se llene el vacío total que hoy soportan las mujeres que tienen discapacidad y, que no tienen acceso (por ejemplo y para enumerar sólo algunos faltantes) a material informativo sobre salud sexual y reproductiva editado en Braille, a los videos con lenguaje de señas e imágenes explicativas para personas sordas, a camillas ginecológicas accesibles y al acceso libre y autónomamente a la salud en general, y muy específicamente, por su condición de mujeres que pueden quedar embarazadas y ser madres, a los cuidados y la atención de la salud sexual.
Las mujeres con discapacidad tienen, entre tantos derechos que no son respetados, derecho a vivir su sexualidad y a expresarla de todas las maneras posibles.

Sexualidad y derechos
La sexualidad es una de las formas que tenemos de relacionarnos con el mundo.
En el año 2000 la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) definieron “El término “sexualidad” se refiere a una dimensión fundamental del hecho de ser humano (…) Se expresa en forma de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, actividades, prácticas, roles y relaciones. La sexualidad es el resultado de la interacción de factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos, culturales, éticos y religiosos o espirituales (…) En resumen, la sexualidad se practica y se expresa en todo lo que somos, sentimos, pensamos y hacemos” (12)

Sexualidad implica mucho más que genitalidad y relación sexual. Se encuentra estrechamente ligada con lo emocional y afectivo, con el respeto y con el cuidado de nosotros/as y de los/as otros/as. También se relaciona con ideas y preconceptos muy arraigados y estereotipados que se han ido formando e introduciendo en nuestras prácticas y costumbres mediante la socialización y el proceso de sexuación. Aún hoy, en  el imaginario colectivo ni siquiera se concibe que las personas con discapacidad tengan sexo.
Por lo general, las personas – más allá de que tengan o no discapacidad – no conocen (ni ejercen, en consecuencia), sus derechos sexuales que forman parte y son un componente esencial de los Derechos Humanos Universales. Tampoco saben que estos derechos son inalienables y que el Estado debe garantizar su cumplimiento.
Educar a las personas con discapacidad en sexualidad, no sólo es necesario, sino que es imprescindible para lograr afianzar la equidad y la igualdad que estamos buscando y proclamando y que respalda completamente la Convención Internacional sobre los Derechos de las personas con discapacidad  que ha sido ratificada por Argentina en el año 2008 mediante Ley Nacional 26378.
La Educación Sexual Integral, con sus Cuadernillos, Láminas y Folletos viene a llenar un vacío en la Educación en cuanto a lo qué es género, diversidad,  valores, nos enseña a respetar y a querer nuestro cuerpo, a cuidarnos, a cuidar y respetar a las demás personas; viene a ayudarnos, en definitiva, a transitar un camino que hace mucho tendríamos que haber comenzado a transitar, el del respeto y la valoración de nosotros/as y de los/as otros/as las personaserlos, a conocer sobre planificacis, relaciones de poder corporizadas pueden considerarse dentro, el de la búsqueda de la solidaridad y el bien común, conociendo nuestros derechos y cumpliendo con las obligaciones que cada derecho crea.
Una sociedad educada según los valores que imperan en los Cuadernillos de la ESI, en el respeto a la diversidad, a las personas con discapacidad y a todas las personas, más allá de etnias, religiones, apariencia física, géneros, diversidades sexuales, etc., será una sociedad donde el bienestar de todos y todas será lo principal. Una sociedad que estamos comenzando a formar, al conocer nuestros derechos sexuales y al trabajar por que la Educación Sexual Integral sea respetada, promovida y enseñada en todos los ámbitos y niveles educativos y para que las personas con discapacidad estén incluidas transversalmente en los materiales didácticos, para visibilizarlas y lograr la verdadera inclusión, sin ámbitos formativos “especiales” donde se separa a los niños, niñas y adolescentes y, de esta manera se enseña y aprende a discriminar, a apartar a quién no encaja en “la norma”.

Para hablar de sexualidad, de género, de discapacidad dentro del respeto al hogar y a la familia debo remitirme a los Artículos de la Convención sobre los Derechos de las personas con discapacidad: al Artículo 6 – Mujeres con discapacidad; Artículo 8 – Toma de conciencia; Artículo 19 – Derecho a vivir de forma independiente y a ser incluido/a en la comunidad y Artículo 23 – Respeto del hogar y de la familia y al leer  tales artículos podemos darnos cuenta que hoy, y ya en pleno siglo XXI, debemos, tenemos, necesitamos implementar el cambio de paradigmas en discapacidad para que las personas que la tienen no sigan siendo discriminadas, segregadas, subvaloradas, para que puedan formar una familia, tener hijos/as, los/as que deseen dentro de un marco de respeto a la intimidad y acceso a la información en formatos accesibles y con discursos y textos acordes al nivel de comprensión de cada uno/a. Para que las personas con diversidad funcional no sigan siendo infantilizadas ni consideradas ángeles, así como tampoco demonios y mucho menos que “Dios los castigó” y “por eso están así”.
Terrible, fuerte y estigmatizante pensamiento que hemos heredado de las religiones y que es preciso desterrar.

Conclusiones
El concepto de GÉNERO permite:
Conocer sobre las relaciones entre mujeres y varones y su posición en la sociedad.
Reconocer las relaciones de desigualdad.
Detectar las condiciones que generan violencia contra las mujeres.
Analizar la importancia del proceso de socialización.
La naturaleza y la cultura, el sexo y el género
Sexo: se refiere a las características biológicas que traemos al nacer y que nos definen como un macho o una hembra. El sexo pertenece al orden de la naturaleza;
Género: es una construcción social, un producto de la cultura que establece qué es lo propio del varón y de la mujer, y de las relaciones entre ambos. Y esto se va aprendiendo y asimilando a través del proceso de socialización.
Perspectiva de género: qué es
Es una herramienta de análisis que nos permite esclarecer las relaciones entre hombres y mujeres cuyas características sobresalientes son la asimetría y la desigualdad, en las que se ubica a las mujeres en posición subordinada y donde las prácticas y proyectos femeninos son subvalorados o valorados negativamente.
Concepto de Discapacidad
La discapacidad es el resultado de la interacción que se produce entre una persona que tiene una determinada condición de salud, las barreras del entorno y las ayudas técnicas y personales a los que tiene acceso.
Discapacidad:
El término Discapacidad se refiere a las barreras físicas, actitudinales, arquitectónicas, comunicacionales, etc, etc, etc, que cotidianamente “se les pone” a las personas con diversidad funcional y que les dificultan el ser y el sentirse incluidas en la sociedad
Discapacidad: Qué es y Qué significa
Discapacidad es transitar los mismos caminos que todos y todas, a veces con más dificultades, a veces con otras dificultades, y a veces sin dificultades…
Discapacidad es una manera u otra forma más de vivir
Discapacidad: Qué no es y Qué no significa
La Discapacidad No es una enfermedad.
Tener Discapacidad No significa padecer angustia Ni sufrimientos constantes
Discapacidad: modelos de interpretación
Modelo médico: concibe a la discapacidad como enfermedad y clasifica a las personas, según grados y clases de disfuncionalidad, estableciendo parámetros de normalidad y de capacidad.
Somete a las personas a la medicalización, rehabilitación y a tecnologías médicas, promoviendo su dependencia y desvalorizando sus potencialidades.
La discapacidad se ubica en el interior de la persona.
Modelo Social: (reglamentado y legalizado por la Convención Internacional sobre los Derechos de las personas con discapacidad que Argentina ratificó mediante Ley Nacional Nº 26.378)
Concibe a la discapacidad como una temática socio – cultural; es la sociedad la que define y discrimina “al diferente” (o a “la diferente”)
Reconoce a las personas como sujetos de derechos: en este paradigma prima la autonomía, la búsqueda del empoderamiento, del protagonismo y la no victimización de las personas.
Se coloca la discapacidad en el exterior de la persona; es la sociedad con sus barreras físicas, arquitectónicas, actitudinales y del entorno la que discapacita. Existe una responsabilidad conjunta para evitar la vulneración de los derechos y promover la incorporación de las personas con discapacidad en igualdad de condiciones a todas las demás.
Doble (o múltiple) discriminación: por género y por discapacidad
Ser mujer y tener discapacidad significa soportar una doble y a veces múltiple discriminación; si a estas dos condiciones le sumamos: ser pobre, pertenecer a determinada etnia, vivir en zonas rurales, etc.

Propuestas:

“Para pensar de manera diferente a la “discapacidad” y al género, no sólo hay que cambiar las reglas del juego, sino el juego mismo” (Silvia Mirta Valori. Cuerpo y emociones – Cuerpo y discapacidad) (13)

No solo hacen falta leyes, sino que hace falta un cambio, una transformación cultural profunda para erradicar prácticas, ideas, costumbres, construcciones y mitos sobre el cuerpo, la sexualidad y las mujeres con discapacidad.
Las niñas, niños y adolescentes que hoy reciben la Educación sexual integral formarán las familias del mañana. Serán los padres, madres, tías, tíos, etc., y reproducirán lo que hoy se enseña en las escuelas. Por eso creo firmemente que es necesario transversalizar cuanto antes la temática en todos los Cuadernillos, folletos y láminas de la ESI, de manera tal que las personas con discapacidad estén representadas gráficamente y en los textos. Y que no se separe a los y las Docentes que reciben la información de los/as Talleristas, brindándoles una Educación sexual integral “especial”. Si bien hay situaciones específicas que requieren tratamiento y conocimiento adicional, las maestras, tienen que ser preparadas todas de la misma forma, todas deben conocer la temática discapacidad y el nuevo modelo social y de derechos. Y aquellas que desean cumplir con la función de ser “maestras integradoras” tienen que recibir más información y conocimientos sobre algunas de las diversidades funcionales que requieren educación específica, ya sea por los lenguajes alternativos y aumentativos que se utilizarán, por el lenguaje fácil, por la lengua de señas y/o el Braille o por otros motivos.
La Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con discapacidad, ratificada por Argentina mediante Ley Nacional 26378 en el año 2008 es absolutamente clara al respecto, sobre la educación para las personas con discapacidad. Allí se establece que deben ser incluidas en todos los programas y planes de estudio, sin distinciones, así como también que la educación debe ser una sola, para todos y todas. No enseñar a discriminar, sino enseñar a valorar, dignificar y respetar la diferencia, porque las sociedades se construyen y mantienen con el aporte de todos y todas, mujeres, varones e intergéneros, de personas con y sin discapacidad.

Creo, como mujer y como persona con discapacidad que vive de manera independiente, que he estado durante casi 30 años casada, que tengo un hijo y una nieta, simbolizar y además  representar cabalmente lo que he escrito y por eso es que, con más énfasis aún, solicito,  exhorto, impulso a todas las personas, con y sin discapacidad a colaborar para que quiénes lo deseen puedan vivir dentro de un modelo de autonomía y respeto por la intimidad, por el amor, por la sexualidad, por los proyectos y por la vida independiente de todas las personas que tienen diversidades funcionales por que, al fin y al cabo: son sus vidas, son sus cuerpos. Son nuestras vidas, son nuestros cuerpos!
Que así sea depende también del compromiso de cada uno de nosotros/as. De cada uno y de cada una de ustedes, que representan, en definitiva a la Sociedad. Y que son quiénes pueden, por el lugar en el que están y trabajan, colaborar exitosamente para instalar estos cambios de paradigmas.






Bibliografía consultada y citada
(1)   EMILIA MORENO, “Currículo oculto de Género. La transmisión de modelos sexistas en la escuela”, Pág. 63 y (1) Urruzola, 1996, citado en “La transmisión de modelos sexistas en la escuela”, Página 74.
(2) KIPEN Y VALLEJOS, 2009; Pag. 132. Citado en “Debates y perspectivas en torno a la discapacidad en América Latina”, Raúl Díaz, Página 35.
(3)   SILVIA MIRTA VALORI, “Curso de autoconocimiento y desarrollo personal”, 2003, Página 5.
(4)  BUTLER JUDITH, “Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, 2002.
(5)   MARÍA EUGENIA ALMEIDA y MARÍA A. ANGELINO (Compiladoras) “Debates y perspectivas en torno a la discapacidad en ACA Latina” 2012.  Citado en “Discapacidad y mirada colonial. Reflexiones desde perspectivas feministas y descoloniales”, Raúl Díaz, pagina 27.
(6)   KIPEN Y VALLEJOS, 2009; Págs. 137-138. Citado en “Debates y perspectivas en torno a la discapacidad en ACA Latina” 2012. “Discapacidad y mirada colonial. Reflexiones desde perspectivas feministas y descoloniales”, Raúl Díaz, Pág. 38.
(7)   ALFONSINA ANGELINO, Citado en “Discapacidad y mirada colonial. Reflexiones desde perspectivas feministas y descoloniales” Raúl Díaz, Pág. 35.
(8)   y (13) SILVIA MIRTA VALORI, “Cuerpo y emociones. Cuerpo y discapacidad” Análisis sobre la disertación del Profesor Miguel Ferreira de la Universidad Complutense de Madrid en el Instituto de Investigaciones Dino Germani, Buenos Aires, 2007.
(9)   CASTRO, JORGE. “El poder debe ser una construcción deliberada”. Manual del Seminario sobre Políticas Públicas de Igualdad de Oportunidades entre varones y mujeres. Buenos Aires, 1999.
(10) Cuadernillo de Género y Discapacidad. Serie Cuadernillos del Consejo Nacional de la Mujer - Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, elaborado por el Equipo Interinstitucional de Género y Discapacidad, 2007.
(11) BLANCO ENGIDO, Encarnación. Mesa Redonda “Mujer, discapacidad y justicia”. I Congreso Internacional sobre Mujer y Discapacidad. Valencia, España, 2003.
(12) Educación Sexual Integral para la Educación Secundaria. Serie Cuadernillos de ESI, Pag. 11, “A qué llamamos sexualidad”

“Reunión de Consulta sobre Salud Sexual, convocada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), en colaboración con la Asociación Mundial para la Salud Sexual, que se realizó del 19 al 22 de Mayo de 2000 en Antigua, Guatemala”.

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