domingo, 12 de junio de 2011

Ni tan iguales, Ni tan diferentes. Ensayo. Autora: S M V

NI TAN IGUALES, NI TAN DIFERENTES
Ensayo presentado en el Curso de Crítica Epistemológica Feminista.
Autora: Silvia Mirta Valori

“En la reelaboración de la teoría y los ideales políticos contemporáneos el feminismo no puede permitirse el privilegio de situarse a favor de la diferencia y en contra de la universalidad, porque el impulso que nos lleva más allá de nuestra diferencia inmediata y específica es una necesidad vital de toda transformación radical” – Las pretensiones universales del pensamiento político – Anne Phillips.

Hombres y mujeres tenemos –y/ o gozamos y/ o padecemos y/ o disfrutamos- de diferencias y de semejanzas esenciales e innatas, aunque esta afirmación no la acepten muchas feministas.
Diferencias biológicas y que intervienen a la hora de pensar –y por lo tanto, construir—“lo que es ser varón” y “lo que es ser mujer”, tal es, por ejemplo, la capacidad de las mujeres de quedar embarazadas. Este hecho encierra una diferencia importante que ha conducido a erróneas interpretaciones en las diversas culturas, ya sea porque se ha infravalorado el rol de las madres o sobrevalorado esta capacidad.
Semejanzas biológicas hay, y son muchas, quizás hay más semejanzas que diferencias. Podemos citar: comer, beber, reír, llorar, padecer enfermedades. Siguiendo con las diferencias biológicas, se puede hablar de las diferencias anatómicas, de los genitales, de los órganos de reproducción y hasta la costilla que le falta al hombre... ¿o qué le sobra a la mujer?...
Semejanzas en las construcciones sociales y diferencias en estas mismas. Roles y estereotipos que se vienen cumpliendo, desde hace bastante tiempo atrás, y que, en realidad, pocas mujeres cuestionan, aunque a muchísimas les parezca “que no están bien”.
El posmodernismo ha traído consigo la deconstrucción de las teorías que, si bien colaboran con el proyecto feminista, pueden ayudar a desestabilizarlo; porque si “muere” “el hombre”, también “muere” “la mujer” y, deberíamos preguntarnos ¿nace el género neutro?... Pero ¿es el género neutro lo ideal? ¿El género neutro es el de “la persona”? ¿Es beneficioso para el proyecto feminista la idea o la aceptación de un género neutro? ¿Podemos decir que existe el género neutro, o bien que posee más características masculinas que femeninas o viceversa?
Es interesante poder habitar un mundo de iguales, en cuanto a determinados temas, pero tenemos que convenir que hay determinadas tareas que las realizan mejor unas personas que otras... ¿Por qué? Creo que todas y todos podemos ser, hacer y tener, lo que nos proponemos ser, hacer y tener –pero que esto exige determinados “sacrificios” y “precios”—y que sólo cuando estamos cumpliendo con nuestra esencia, con nuestra naturaleza, con nuestro “cometido” nos podemos sentir completas, completos, “seres esenciales”.
Creo que las teóricas feministas tendrían que poner el énfasis en transformar las relaciones de género actuales, todas aquellas relaciones que traen aparejada la subordinación de las mujeres.
Y ya que la mayoría de subordinadas del mundo pertenecen al sexo femenino, ya que el trabajo de las mujeres no se tiene en cuenta en los PBI nacionales ni mundiales, ya que la mayoría de los trabajos de la mujer son invisibles, ya que la mayoría de los pobres del mundo son mujeres y que sólo poseen el 1% del capital mundial, habría que preguntarse si no sólo están mal las relaciones de género, si no es todo este sistema de cosas lo que no funciona.
Richard Rorty sostiene que “la solidaridad humana no depende de una noción metafísica rara de “humanidad” ni de “naturaleza humana”. Más bien se presenta en esas ondas cada vez más amplias de simpatía que vuelven “más difícil marginar a las personas diferentes de nosotros” – Rorty – Contingence, Irony and Solidarity, Pp XVI.
Pues bien, entonces podríamos apelar a la “solidaridad humana” para dejar de marginar e infravalorar a las personas “diferentes”, sean del sexo que sean. Según mi parecer lo que se debe hacer –rápidamente—es concientizar acerca del tema a las propias mujeres y, antes que colocarnos en una posición de querer igualdad en todas las esferas, preguntar a esas mujeres dominadas, subordinadas, si son conscientes de esa situación. Y luego, si desean salir de ella, y pasar a ser “ciudadanas”, “electoras”, “votantes”, “usuarias”, “productoras”, “consumidoras” o si, en cambio, desean seguir con sus costumbres y tradiciones.
Quizás todas las mujeres no seamos tan “iguales” y lo que consideramos “ideal” para unas, no lo es para otras. Cierto es que conspiran los medios de socialización para mantener las desigualdades, pero no es menos cierto que los movimientos de mujeres vienen “luchando” desde hace bastante tiempo y que no se obtienen grandes resultados.
Esto me lleva a cuestionar lo siguiente ¿es que las mujeres se sienten bien así como están o es que ni siquiera suponen o se plantean que les corresponde una situación mejor?
Lo primero que deberíamos hacer es educar y formar a las personas e incluirlas en las discusiones sobre ciudadanía, igualdad, libertad y derechos, porque la mujer sigue estando subordinada al hombre tanto en la esfera pública, como en la esfera privada.
Obligar a cuestionar y examinar las tradiciones, las costumbres y las instituciones desde todos los puntos de vista.
Corregir todos los sesgos a favor de los hombres.
Establecer los principios en los que se debe inspirar la legislación en materia de igualdad, y, en particular, cualquier legislación para lograr la igualdad en el trabajo.
Estimo que, lo que sostiene Eisenstein acerca de que “la igualdad debe abarcar la generalización, la abstracción y la homogeneidad, así como la individualidad, la especificidad y la heterogeneidad” es lo más acertado y es lo que se tendría que poner en práctica en todos los ámbitos, así como también que “seguiremos necesitando alguna forma de distinguir entre las diferencias inevitables, las elegidas y las que sencillamente, nos han sido impuestas”.
También se debe eliminar por completo la idea de que la política es un asunto para individuos abstractos, para personas cuyo sexo es lo de menos.
Y saber que la justicia social significa tener en cuenta la posición de desventaja que ocupan los grupos oprimidos y conocer los planes y programas que se ponen en marcha para solucionar esa situación.
Por último, y en cuanto a la igualdad, la representación y la justicia, resulta mucho más convincente no oponer lo particular a lo general, ni lo sexualmente específico a lo universal, sino subrayar el juego específico entre ambos.
Ser capaces, en definitiva, de reconceptualizar lo que habíamos considerado nuestras características esenciales como si fueran accidentes, distanciarnos de los hechos clave de nuestro sexo, nuestra religión, nuestra nacionalidad, nuestra clase. Esto no quiere decir que tengamos que negar estos rasgos; sin embargo, con todo lo importante que es la identidad sexual y corporal, nunca es nuestra única característica. Lo central en un contexto, es marginal en otro; esto es lo que nos permite cambiar de perspectiva y poder ser ni tan iguales, ni tan diferentes.