De-construir
la Teoría para
Des-educar en la práctica
Relación entre el proceso de
socialización, el género, la discapacidad y la sexualidad.
Autora: Mirta
VALLORI (Seudónimo Silvia Mirta VALORI). Escritora.
Secretaría de
Gestión y Articulación Institucional del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
Resumen
aprobado:
El denominado “proceso de socialización”, cimentado y
difundido por las familias, las escuelas, las iglesias y los medios de
comunicación es producto de las más acendradas creencias y dogmas de quiénes lo
replican. A su vez, quiénes nos formamos dentro de este proceso, repetimos dichas creencias y dogmas al criar
y educar a nuestros/as niños y niñas
Durante su transcurso se van produciendo y fijando
ideas acerca de lo que es “normal”, así
como lo que es aceptable, digno, valioso, leal y legal.
De esta manera vamos forjando nuestra identidad y definiendo
nuestro cuerpo físico, con mandatos sociales, creencias e ideas que se van
instalando en nuestra mente, a veces sin siquiera percatarnos de ello
(currículo oculto o mensajes subliminales)
Las personas con discapacidad son percibidas como
“raras” o “malformadas”, con “defectos físicos” o “mentales” porque no
concuerdan con la “normalidad”.
Hay bastante literatura y teoría sobre los “cuerpos
aceptables” y los inaceptables, los “cuerpos imperfectos” – también denominados
“cuerpos abyectos” a los que sólo se les permite vivir “al margen” de un
sistema que ha sido creado, instituido y normativizado en el siglo XIX por
hombres, de sexo masculino, blancos, europeos, de mediana edad y sin
discapacidades.
Es preciso realizar un exhaustivo análisis sobre cuerpo,
sexo y género, y su incidencia en cuanto al goce de derechos y de
reconocimiento social, ya que hasta el momento – y salvo honrosas excepciones
– las feministas han ignorado la
discapacidad en sus escritos, por lo que son casi nulas las teorizaciones referidas
a la transversalización entre el género y la discapacidad, productora de
desigualdades y de inequidades, y donde las mujeres con discapacidad ocupan un
sitio de desventaja con respecto a sus
congéneres sin discapacidad.
Hemos estado atrapadas/os durante mucho tiempo en
dogmas y creencias que ya no nos ensalzan sino por el contrario, degradan y
deterioran la dignidad, especialmente la de las mujeres y niñas con
discapacidad que están sometidas a una doble y a veces, múltiple
discriminación, por género y por discapacidad.
Pero para ello es necesario que la discapacidad deje de
ser vista y considerada como un “problema individual”, pasible de ser corregido
y “normalizado” y pase a ser una diversidad más dentro de la bio- diversidad,
una manera u otra forma más de vivir y que los niños y las niñas con
discapacidad sean educadas en espacios comunes, que todos y todas compartamos
los ámbitos educativos porque si comenzamos a discriminar desde que somos
pequeños/as, resultará luego difícil erradicar esa costumbre.
Es casi imposible instalar un nuevo paradigma social y
de derechos, estando vigente el viejo modelo médico, rehabilitador que está
cimentado con sólidas bases desde hace siglos.
Educar a las personas con discapacidad sobre
sexualidad, no sólo es necesario, sino que es imprescindible para lograr la
equidad y la igualdad que estamos buscando y proclamando y que respalda y
legaliza totalmente la Convención
Internacional sobre los Derechos de las personas con
discapacidad.
Palabras
claves:
socialización – género -
discapacidad
Proceso de socialización
y construcción del género.
El proceso mediante el cuál se produce la construcción
del género (y podemos decir también que el de la “discapacidad” o “diversidad
funcional”) se denomina “proceso de socialización”. Es un proceso que se inicia
en las familias, que contiene creencias, supuestos, conceptos, modelos y pautas
que se transmiten en la primera infancia y que van conformando un “sistema” de
ideas, creencias y valores que va a constituir el software (por así decirlo)
con el que se manejará nuestra mente y, en consecuencia, nuestra vida.
El proceso mediante el cuál se construye la sexualidad
es el proceso de sexuación. Si bien todos y todas somos seres sexuados y
sexuales desde que nacemos hasta que nos vamos, en el imaginario social no nos
está permitido realizar las mismas acciones ni obrar de igual manera con un
cuerpo “de hombre” que con un cuerpo “de mujer”.
El cuerpo que una persona posee y/o con el cuál nació,
el proceso de socialización más el de sexuación harán que puedan ejercer o no,
practicar o no, vivir o no, distintas sensaciones, emociones, angustias,
alegrías y placeres. Retomaré esta idea más adelante en este escrito.
Dichos procesos se inician durante la infancia en las
familias, continúan en las escuelas e iglesias y se afianzan día a día mediante
los medios de comunicación, los clubes y el entorno social.
Es la familia la primera educadora por excelencia,
aunque podemos observar que esta familia educa según las bases y conceptos
recibidos a su vez, de otras
familias/personas que los/as educaron, de las escuelas e iglesias a las
que concurrieron, de los medios de comunicación por los que fueron influidos y
de la sociedad en la que se formaron. Pero todos y todas sabemos – y
especialmente, quiénes estudian psicología lo saben mejor aún – que resulta muy
difícil erradicar lo aprehendido durante los primeros años, por eso es que
afirmo que la familia (sea como sea que esté o estuvo conformada) es “la
primera educadora por excelencia”. Todas nuestras apreciaciones, conductas, ideas,
deseos son fuertemente transmitidos por los padres, madres, abuelas, abuelos,
tías, tíos u otros integrantes de la familia que son quiénes nos educaron y
subliminalmente (o no) nos han transferido las ideas que “ellos/as” tenían y
presumían acerca de nosotros/as, de las costumbres, de la vida y del “ideal” al que podíamos aspirar o
llegar.
“… No hay ninguna política pública
que pueda cambiar la vida privada. La influencia precoz, directa y constante de
la familia (ya que dura casi toda la vida) provoca que sus efectos sean muy
duraderos...” Emilia Moreno, “La
transmisión de modelos sexistas en la escuela”, Pág. 63. (1)
“… Valores como la sensibilidad y la solidaridad, la
preocupación por los demás considerados tradicionalmente como propios de las
mujeres, deben convertirse en valores sociales positivos para hombres y mujeres…”
(Urruzola, 1996)(1)
Asimismo, son las escuelas a través del personal que integra el plantel
educativo pero también con el “currículo oculto” y con todas aquellas prácticas
que no necesitan estar escritas porque forman parte de las “costumbres
escolares” y continúan perpetuándose en el tiempo, quiénes tienen la tarea de
ser “las segundas educadoras por excelencia”, y es aquí donde el cuerpo ya no
es sólo de la familia ni de la persona, sino que pasa a ser un “instrumento de
cuidado y de competencia colectiva”, originando valores y dis-valores, estigmas
y huellas que van a quedar para siempre en la memoria, produciendo conductas y
acciones que favorecerán – o no – a las personas en su adultez.
Recordemos, a modo de ejemplo, las campañas de
despiojización, y cómo debían llevar el cabello las niñas (recogido en una cola
de caballo o rodete) y los varones (cortado al ras de la nuca), las uñas
limpias y prolijas, más las campañas de vacunación infantil y tantas otras. Así
como también las clases de gimnasia donde el cuerpo era quién se destacaba por
las destrezas o ponía de manifiesto las torpezas grabando a fuego aquello que
nos resultaba difícil de realizar, cuánto nos costaba movernos, correr, saltar,
y ser “las/os más veloces”, “los/as más aptos/as” y/o “los/as mejores”.
Actualmente se llevan a cabo campañas para que los
niños, niñas y adolescentes se cepillen adecuadamente los dientes y para
propiciar el lavado de manos a fin de evitar contagios (lo que me parece
excelente), pero que no deja de ser una intromisión de otros/as extraños en los
cuerpos de los/as estudiantes.
Hago este análisis bastante minucioso para demostrar
cómo la escuela es parte del proceso de socialización e influye sobre el cuerpo
desde el momento que interviene directamente sobre él y hasta cuándo “formamos
una fila”, en hilera, unos/as detrás de otros/as, mujeres con mujeres, varones
con varones. Desde pequeños/as estamos siendo programados para acostumbrarnos o
habituarnos a que el “control estatal” (representado acá por la escuela) o “los
otros/as” se apropien de nuestro cuerpo, lo dominen y controlen mediante
la persuasión o el deber, siendo sobre exigidos y obligados/as (de alguna
manera) a mantenerlo en estado aceptable, limpio, prolijo para evitar
enfermedades, contagios y complicaciones, pero también para evitar que las
personas “se salgan del molde” y adopten
un comportamiento diferente, para impedir que sean originales y tengan
iniciativa, para excluir a quiénes piensan diferente y potenciar la imposible
homogeneidad y cómo, además, según sean o no sean, tengan o no tengan, hagan o
no hagan, ocupen tal lugar o no lo ocupen, se va formando y con- formando la
imagen y percepción de la propia identidad corporal. Y lo que resulta y
resultará de allí. Y cómo más adelante, durante la vida adulta lograrán ocupar
o no los sitios, obtendrán o no los beneficios, serán “pobres y sencillos/as”
y/o “ricos/as y altaneros/as” y/o “tímidos/as y sobrios/as” y/o “audaces y
excelentes” y tantos otras posibles formas de ubicarse en el mundo, según hayan
sido formados/as y con- formada la propia identidad de género, de raza, de
clase, de sexualidad, pero muy especialmente, de “normalidad”.
“… Lo primero,
que refiere estrictamente a un significado descriptivo (lo insólito, lo
desacostumbrado, lo poco frecuente, lo no masivo, lo diferenciado, lo singular)
se tomó lo segundo, adquiriendo un significado normativo (que refiere a la
adecuación a un valor, a la desviación: lo inaceptable socialmente, lo no
permitido, lo que genera desorden y atenta contra la estabilidad, lo
desajustado, lo improductivo, lo no competitivo)…” Kipen y Vallejos, 2009 Pág.
132)(2)
Es necesario detenerse (a veces) y observar cómo las
personas ocupan los lugares en el denominado “espacio público”: cómo transitan
por las veredas, dónde se sientan en las plazas, cómo se instalan en las mesas
de los bares (por nombrar sólo algunos sitios) y notarán que lo hacen de forma
diferente según sean mujeres, varones, con discapacidad, de piel negra, gays,
lesbianas, personas trans, etc
Todas estas ideas, paradigmas y costumbres que se
transmiten y se graban firmemente durante nuestra niñez y adolescencia conforman
un sistema de creencias que impide el crecimiento equilibrado de todos y todas.
Que impide a los varones, por tener un cuerpo “de varón” expresar sus
sentimientos, llorar, emocionarse. Que imposibilita a las mujeres, por tener un
“cuerpo de mujer” demostrar fuerza física, capacidad para el mando y ser
activas. Que contribuye y hasta se puede afirmar que promueve, que los varones
se expresen de manera violenta y que estas conductas violentas sean aceptadas
socialmente. Que favorece para que las mujeres se conduzcan de manera sumisa y
obediente, aceptando las conductas agresivas de los varones “naturalmente”
porque “tienen demasiada testosterona”. Que promueve hábitos conductuales que
tanto varones como mujeres desarrollarán en su vida de adultos/as, por los
cuáles ellos serán los encargados de proveer a las familias, y si no pueden
cumplir con el rol de “varón proveedor”, se desanimarán y serán descalificados,
llamados “vagos, necios y/o haraganes” llevando estas descalificaciones y
desvalorizaciones a convertir a las personas de sexo y género masculino en
seres deprimidos, sólo por que no cumplen con el “ideal de rol” para el cuál
han sido formados. Y que contribuirá a que las mujeres cumplan determinados
roles, aceptando y respetando la “división sexual del trabajo”, su
invisibilización y la desvalorización de las tareas que realizan, además de
tener mínimos reconocimientos y percibir haberes menores por igual tarea en
ámbitos laborales. Y tantas otras conductas y comportamientos que se verán
favorecidos por estas ideas que se han ido consolidando con el paso del tiempo
y con la espléndida ayuda de los medios de comunicación que día a día los
reiteran en sus publicidades, series, películas, novelas y revistas de
actualidad.
Es necesario mencionar aquí también a los “mensajes
subliminales” que día a día, aviso tras aviso llenan nuestras mentes y
emociones sobre lo que es “ideal”: el cuerpo “ideal”, la cara “ideal”, el
cabello “ideal”, transmitiendo a nuestras niñas, niños y adolescentes, modelos
acerca de cómo hay que ser para “ser feliz”, cuánto peso, altura y medidas hay
que tener, promoviendo de esta manera la aparición de la bulimia y la anorexia,
dos “enfermedades” mentales causadas por esta intromisión de otros/as extraños
(y no tanto, a veces) en nuestros cuerpos, a través de mensajes subliminales (o
no) que transmiten ideas, modelos y pautas acerca de un “ideal” generalmente
difícil de lograr.
(…) Estamos
acostumbrados a vernos con los ojos de los/as demás, es decir, creamos nuestra
imagen a partir de los comentarios de la gente, como nos ven, qué piensan de
nosotros/as, etc. Cuando nos desarrollamos teniendo como referencia el mundo
material, por lo general nuestro cuerpo físico es lo más valioso para nosotros,
pero es encauzado a la vanidad, a la hermosura, a nuestro aspecto observado de
un modo frívolo. La importancia que nuestra sociedad le da al comercio, a las
marcas y a la moda nos conduce a que, lejos de amar esta “preciosa máquina”
llena de inteligencia y perfección terminemos por no aceptarnos y peor aún, nos
despreciemos hasta causarnos daños a nosotras/os mismas/os. Intentamos alterar nuestro aspecto y nuestro
organismo sometiéndonos a agresiones, como pueden ser: el ingerir “preparados”
para bajar de peso, interminables horas de ejercicio, cirugías plásticas, nos
fastidia nuestra estatura, la coloración de nuestros ojos y vivimos elogiando
¡la belleza de las/os demás!… (Silvia Valori, Curso de autoconocimiento y
desarrollo personal, 2003) (3)
Proceso de construcción de la discapacidad
El proceso de construcción de la discapacidad es, tal
vez un poco más complejo para explicarlo, aunque se puede decir que intervienen
los mismos agentes socializadores: familias, escuelas, iglesias, medios de
comunicación, a los que se suma la “comunidad médica” con fuertes parámetros
“normalizadores” y “de curación”, quiénes se unen en un “complot generalizado”
para que la discapacidad sea vista, percibida, pensada y tratada como un
“déficit individual”, como un faltante en la salud o de determinadas
condiciones corporales, sensoriales y/o mentales que permitirán rotular (o no)
a la persona como “normal” o “anormal”, “defectuosa” y/o “malformada”. Es una
construcción que admite que en nuestra mente se instalen ideas acerca de
cómo deben ser los cuerpos y qué deben hacer, sentir y comprender
de manera “normal” los cuerpos. Y el ser educados/as así nos trae
como consecuencia que en la adultez (comienza en la niñez, prosigue en la
adolescencia, pero se afianza en la adultez) no vamos a dar cuenta ni a
respetar otras maneras de hacer, de andar, de comprender, de ver, de oír, otras
maneras de tantas cosas, viendo, pensando y percibiendo a la “discapacidad” o a
la “diversidad funcional” como producto de un “faltante” en el cuerpo de la
persona, tratando a éstas personas como enfermas y “discapacitadas” (El prefijo
“dis” lo deja muy claro en nuestro entender: “que algo les falta” y/o “que algo
no tienen”) como si fueran seres inferiores, subordinándolos, sometiéndolos a
tratamientos y condiciones de vida indignos, sólo porque sus cuerpos no
responden al “ideal” o la “norma” que hemos internalizado por medio de la
educación falaz que hemos recibido.
“… La
nominación y aparición de cuerpos abyectos (en el sentido con el que son
considerados por Judith Butler), y en consecuencia de los cuerpos que
“importan”, es tanto una estrategia de saber/poder como el acontecimiento
concreto de la toma de poder por parte de cuerpos razonables e inteligibles que
van a detentar el privilegio de la nominación/dominación de otros cuerpos.
Argumentando sobre las normas regulatorias y la repetición por la cual los
cuerpos se definen, Butler (2002) plantea que: “Si se comprende la restricción
como restricción constitutiva, aun es posible formular la siguiente pregunta
crítica: ¿cómo tales restricciones producen, no sólo el terreno de los cuerpos
inteligibles, sino también un dominio de cuerpos impensables, abyectos,
invisibles (Butler, Judith, “Cuerpos que importan” Pág.14)(4)
Tomo esta cita
para preguntarme cómo la restricción de la que ella habla se constituye en gran
parte por la mirada, y cómo el régimen visual o escópico opera en la producción
de cuerpos abyectos. Estoy haciendo una analogía entre los planteos de Butler,
sobre las relaciones entre género y sexo y su concepción de la performatividad
como proceso que posibilita la normatividad y la implantación de los ideales
regulatorios, con la discapacidad con la constitución del cuerpo
discapacitado…”
“Tanto indios
como mujeres como discapacitados, en tanto cuerpos oprimidos, relaciones de
poder corporizadas pueden considerarse dentro de un proceso múltiple de
abyección, por el modo en que la mirada o la visión los espacializa y dispone…”(Raúl
Díaz, “Debates y perspectivas en torno a la discapacidad en América Latina”,
Pág. 34) (5)
Sólo es válido para nuestra comprensión aquello que se
nos ha enseñado como “la normalidad”. Todo lo que no encaja, lo que no se puede
ajustar al “ideal” es considerado inútil, discapacitado, inválido, enfermo y
abyecto, ocultado y excluido, llevado a las márgenes, o al fondo, para no
verlo, ni darle un lugar en el Mundo, con la idea que la misma exclusión a que
se los somete acabe o termine con ellos.
“… Resultará interesante ver la conformación
de hospitales, asilos, escuelas, prisiones, y el sistema de cloacas construidos
a partir de fines del siglo XIX para mandar abajo lo abyecto y tenerlo bajo control…”
(Raúl Díaz, “Debates y Perspectivas en torno a la discapacidad en América
Latina, Págs., 35, 36)(5)
Subrayo la palabra “control” deliberadamente para
destacar que en torno a estas construcciones impera, de manera disimulada, la
imperiosa necesidad de dominación y control sobre los cuerpos (y en
definitiva, de las personas). ¿Qué es sino, entonces, el haber ocultado por
tanto tiempo los derechos sexuales a los que tenemos acceso? ¿Y que, sin
embargo y aún hoy son relativamente pocos/as quiénes los conocen y disfrutan?
¿Por qué aún con leyes que los respaldan sólo llegan a ciertas clases sociales
y personas? ¿Por qué todavía hoy, tenemos una sociedad donde hablar de sexo es
tema tabú, y provoca vergüenza y resistencia, como si mencionáramos algo tenebroso
y pecaminoso (y que además nadie practica)?
Sin embargo, vemos y escuchamos en la televisión o en
la radio todo el día hablar de sexo, sin ruborizarnos ni avergonzarnos… Y no
sólo escuchamos hablar de sexo, casi se puede decir que la televisión muestra
sexo implícito sólo que con gente “vestida a medias” cubierta con telas
transparentes y trajes bien ajustados. Y nadie se sonroja por ello: pero cuando
se trata de hablar del propio cuerpo, de nuestras prácticas y de nuestras
relaciones sexuales, la mayoría de las personas se muestran ambiguas y tímidas.
Y no importa el nivel educativo alcanzado. He notado, durante el desarrollo de
las clases que he dado sobre Educación Sexual Integral (ESI) con el equipo del
Ministerio de Educación de la
Nación , que a mayor educación existen mayores prejuicios y
mitos al hablar de sexualidad, de género y del cuerpo.
Un apartado especial merecen las ideas impuestas sobre
la “buena salud”, o lo que constituye “la buena salud”, aquello que tenemos que
conservar y desear poseer por siempre, en definitiva y en pocas palabras “el
eterno vigor” y “la eterna juventud” que nos son suministradas en raciones
generosas a lo largo de toda nuestra vida. Creamos de esta manera un ideal de
belleza y juventud imposible de mantener para la mayoría de las personas, un
ideal de cuerpo al que pocos tendrán la dicha (o no) de poseer, un ideal de
personas, que caminan, saltan, corren, oyen, ven, sienten, comprenden según
nuestro real entender de cómo “debe ser” y cómo es “lo normal”. Y cuándo el
cuerpo comienza a declinar, por el paso de los años, en lugar de aceptarlo,
cuidarlo, quererlo y respetarlo más, comenzamos a pensar cómo lo podemos “mejorar”,
recurriendo a costosas operaciones quirúrgicas para eliminar las adiposidades,
y estirarlo, alargarlo, enflaquecerlo y/o engrosarlo (esto último es lo menos
frecuente)
Y todas aquellas personas que, por ser de baja
estatura, o por que no ven, o no oyen, o no caminan y usan silla de ruedas o
caminan con un bastón, y/o tienen dificultades de comprensión, son “mentalmente
desechadas”, son metidas dentro de una “caja mental” de “anormalidad” o
“defectuosidad”, pensando de esta forma que la “discapacidad” está en el
interior del individuo/a, para dar validez a un “modelo médico” de enfermedad,
diagnóstico, tratamiento y rehabilitación en el cuál la “discapacidad” ocurre dentro de la persona, dónde ni el
entorno, el medio, el hábitat ni las ayudas técnicas y personales tienen
participación para crear o para lograr superar las condiciones
“discapacitantes”.
El proceso que he mencionado forma parte de un “proceso
de discapacitación o de discapacitud”
– y así como existe el “proceso de negritud”, en el cuál las personas que
tienen piel negra, ya de pequeñas, son colocadas en un lugar mental de
subordinación y subvaloración dentro del imaginario colectivo, sólo por
tener la piel negra y esto se establece, subliminalmente y no tanto,
internamente, en ellas mismas así como también en y dentro de la mente de los
niños y niñas que se forman mediante paradigmas de desigualdad y discriminación
hacia personas de piel negra – De la misma manera, el proceso de “discapacitud”,
interviene activamente para que las personas sean instaladas en un lugar mental
(que luego se manifiesta dentro de la sociedad) de desvalorización y
demérito, y que es reservado sólo para quiénes no tienen un cuerpo “normal”
ni responden a “la norma” y por ese motivo, son consideradas “inhábiles”,
“incapacitadas” o “discapacitadas”.
Se puede afirmar también y sin lugar a dudas, que mediante este proceso
la “discapacidad” o “diversidad funcional” envuelve a la persona en un “halo
negativo” que contribuye a que las demás se comporten de manera diferente o
bien a que la ignoren, o bien a que quieran/traten de ayudarla sin consultarla
previamente, por que este “halo” perturba e incomoda de alguna manera, ya que
conjuga los miedos más ocultos y revela la negación de los seres humanos a
reconocerse como pasibles de enfermedad, de dolor y de transitoriedad por este
mundo que es lo que, en definitiva, presuponen inconscientemente cuando ven y/o
se relacionan con una persona con discapacidad. Ya que sigue existiendo el
preconcepto acerca de que tener discapacidad es sinónimo de tener enfermedad,
angustia y dolor constantes.
Sin embargo, es
posible contribuir a erradicar este tipo de conductas, visibilizando e
informando clara y meticulosamente, partiendo de un modelo en el cuál la
discapacidad no es interna, no es de la persona, como se viene desarrollando y
analizando en este trabajo, sino que es externa, que está fuera de la persona y
es la sociedad la discapacitada, la que discrimina y establece qué es “lo normal”
y qué es lo “anormal”, basándose en un sistema de normas y conductas que se
instauraron en el siglo XIX y que, inexplicablemente, (o no tanto, porque el
mercado neoliberal contribuye notablemente para mantener las desigualdades)
permanecen aún en el siglo XXI.
Para aclarar un poco más lo que vengo expresando, se
puede afirmar que quien más discapacita a las personas, quién crea las
condiciones para que la “discapacidad” se manifieste y se exprese crudamente
inhabilitando a quiénes la tienen, es el “entorno discapacitante”, es la
sociedad con sus barreras físicas, actitudinales, mentales, simbólicas,
arquitectónicas. Es la mente de las personas que ha sido marcada fuertemente
con ideas- barreras desde su infancia, lo que permite luego que estas barreras
se manifiesten en forma de escalones, escaleras, pendientes difíciles de
transitar, así como folletos, programas, revistas, libros a los que no tendrán
acceso las personas con discapacidad, por que no serán traducidos a lenguajes alternativos y/o
aumentativos, y por el gran desconocimiento del lenguaje de señas que tiene la
mayoría de los/as habitantes, cosa que se podría subsanar, de manera cierta si
el lenguaje de señas fuera una materia más dentro de las que recibimos en la
escuela primaria. Y también el lenguaje Braille. Por citar sólo dos formas de
ir corrigiendo lo que nos falta para lograr la verdadera inclusión en todos los
ámbitos sociales. Y además, por que creo
que ya es tiempo de relacionarse con los métodos facilitadores que
permiten la inclusión de las personas y con la “discapacidad” desde la más
temprana infancia para que en nuestro entender, sea “normal” ser “diferente” y
admitir que “ser diferente” no es motivo para ser tratado con inequidad, es
decir, “de la diferencia no puede ni debe derivarse la “desigualdad”.
La accesibilidad
actitudinal (o conductual), el buen trato sin distinciones, el comportamiento
espontáneo y natural hacia las personas con discapacidad son condiciones
indispensables para lograr la inclusión en igualdad y con equidad.
Según la definición de la OMS : “La discapacidad es el
resultado de la interacción entre una determinada condición de salud, el
entorno y las ayudas técnicas o personales a las que se tiene acceso”
A modo de ejemplo podemos afirmar que no tiene la misma
discapacidad (ni el mismo grado de participación en la vida pública y privada):
una mujer que usa silla de ruedas, vive en el campo, no tiene automóvil ni
conduce, no posee celular ni teléfono ni Internet, que no trabaja ni estudia y reside
en una casa que no tiene veredas en el contorno, sobre calles de tierra; que
una mujer que usa silla de ruedas ultraliviana y de última generación, vive en
la ciudad con calles de asfalto, tiene una casa adaptada a su condición,
veredas en buen estado y rampas con pendientes adecuadas, que sabe conducir y
maneja su propio automóvil, que tiene celular, teléfono, Internet, un trabajo
decente y remunerado, que estudia e interactúa socialmente con compañeros/as,
amigos, amigas y familiares y cuenta con una persona que le hace las tareas
domésticas y la asiste. Si bien son dos mujeres con casi idéntica condición
física, la “discapacidad” (resultante
del entorno en el que residen y las ayudas técnicas y personales a las que
tienen acceso), no es la misma. Por eso se puede afirmar que la “discapacidad”
(o lo que, debido a las barreras, “no puede hacer” una persona) es una
construcción social y está directamente relacionada con el entorno.
Se viene construyendo (y aquí voy a referirme a la
arquitectura) de tal manera que el entorno discapacita, por que quiénes diseñan
–así como todos y todas quiénes nos hemos educado en este sistema – poseen/mos
“barreras mentales” firmemente arraigadas que no nos permiten pensar, diseñar y
construir de otra forma y de tal manera
que todo lo podamos usar todos y todas, más allá de la condición física,
sensorial y/o mental.
Se piensa, diseña y construye todavía pensando en gente
“normal” según nuestra “normalidad” aprendida. Según lo que nos han enseñado
que es “lo normal”. Y estas “normas” fueron
implementadas en el siglo XVIII por hombres, de sexo masculino, de
mediana edad, europeos, blancos y sin discapacidades! y continuamos
rigiéndonos por ellas en cuanto a medidas, pesos, alturas y otras valoraciones!
“… Sin
embargo, este estar “afuera” de ciertas prácticas e instituciones supone, a la
vez, ser incluido en otras prácticas sociales y otros circuitos institucionales
(instituciones de rehabilitación, escuelas especiales, talleres protegidos, etc.)
destinados a la corrección normalizadora (prácticas caritativas y
asistenciales, tutelas, educación especial, rehabilitación, trabajo protegido,
etc.)…” Kipen y Vallejos, 2009: 137-138) (6)
Este proceso de construcción de la discapacidad
favorece a un “Estado padre protector” que posibilita que existan
“discapacitados/as” para financiar programas de ayuda y amparo, que casi
siempre benefician más a quiénes no tienen discapacidad que a quiénes la
tienen. En América Latina – y en Argentina – es mucho el dinero que se invierte
para reparar, rehabilitar, brindar educación especial y proteger a las personas
con discapacidad. Y que sólo llega a un determinado número de personas y de
determinadas clases sociales. Y siempre deja a un gran número de ciudadanos/as
con discapacidad fuera y lejos del beneficio que efectivamente podrían darle
estas “ayudas” y la caridad estatal.
“…No hay discapacidad sin Estado, o sea que la
discapacidad no existe por fuera de los dispositivos normativos estatales de
regulación del acceso a los beneficios derivados de las clasificaciones
arbitrarias que el mismo produce. La discapacidad no existe como tal por
“fuera” de su enunciación en un “diagnóstico” médico. No hay discapacidad por
fuera del discurso de la normalización. La discapacidad es un dispositivo
“estatal” de control de los cuerpos…”Alfonsina Angelino, “Debates y
perspectivas en torno a la discapacidad en América Latina”, Pág. 35. (7)
La
discapacidad como objeto de análisis de la sociología (Silvia Mirta Valori.
“Cuerpo y emociones. Cuerpo y discapacidad”) (8)
(…) “Es interesante reflexionar que cuando hablamos de
“discapacidad” estamos hablando de personas. Nos tiene que quedar grabado que
al decir “discapacidad” nos estamos refiriendo a personas. Y, la mayoría de las
veces, cuando se aborda un análisis y se quiere llegar a una conclusión, no
aparecen las personas con discapacidad sino que, en su lugar, se presentan (y
las “representan”) las Instituciones “benefactoras” que “trabajan para” o
“trabajan por” las personas con discapacidad.
La peor de las preguntas posibles que nos podemos formular es ¿qué es la discapacidad? Este querer desentrañar “qué es la discapacidad” elude la cuestión de fondo. Ya que “lo que es” la discapacidad depende de lo que colectivamente definamos “qué es la discapacidad”. Si preguntamos por el qué, por la sustancia, pretendemos que “la discapacidad” sea un estado inamovible del ser. Y no lo es. Se puede plantear un análisis desde dos planos diferentes: el de superficie (teórica – sociológica) y el análisis profundo.
La peor de las preguntas posibles que nos podemos formular es ¿qué es la discapacidad? Este querer desentrañar “qué es la discapacidad” elude la cuestión de fondo. Ya que “lo que es” la discapacidad depende de lo que colectivamente definamos “qué es la discapacidad”. Si preguntamos por el qué, por la sustancia, pretendemos que “la discapacidad” sea un estado inamovible del ser. Y no lo es. Se puede plantear un análisis desde dos planos diferentes: el de superficie (teórica – sociológica) y el análisis profundo.
Hasta
la fecha el mundo ha funcionado sin tomar en cuenta y sin incluir a las
personas con discapacidad.
El
análisis de superficie perseguirá develar los trasfondos en los que se asienta
la dominación a través de la negación sistemática de los derechos humanos.
La
condición actual del colectivo de personas con discapacidad presenta una
negación de sus derechos humanos, la que se asienta y tiene un trasfondo en una
teoría mercantilista por la cuál una persona vale o tiene capacidad según lo
que puede o no puede hacer, en términos productivos y en lo que se refiere al
trabajo remunerado.
Además
está el modelo científico (modelo médico), que es quién relaciona discapacidad
con enfermedad, en el que “la discapacidad” se convierte en un anomalía, un
defecto fisiológico que va a llevar a que las personas que la tienen les será
mucho más difícil vivir en la sociedad y que, cuando más se acerquen a la
“cura” o “la normalidad” más derechos y reconocimientos obtendrán, así como
también “la felicidad y la alegría de vivir”.
Se
puede afirmar que de verdad existe una singularidad fisiológica a la que
el sistema capitalista la convierte en inutilidad. Así
como también que existen políticas de Discapacitación: las personas improductivas
son inútiles para el sistema, y por ello son apartadas.
Por ese motivo, se crean e instituyen tratamientos de Rehabilitación, para
lograr la rectificación en la búsqueda de la “normalidad”.
En el sistema actual, cuanto más se acerca una persona con discapacidad a la “normalidad”, más derechos va adquiriendo. A mayor discapacidad, mayor es la vulneración y violación de los derechos. Existe un modelo jerárquico de relaciones, donde quién no tiene discapacidad se considera superior a aquellas personas que la tienen. Y esto opera a nivel subconsciente.
En el sistema actual, cuanto más se acerca una persona con discapacidad a la “normalidad”, más derechos va adquiriendo. A mayor discapacidad, mayor es la vulneración y violación de los derechos. Existe un modelo jerárquico de relaciones, donde quién no tiene discapacidad se considera superior a aquellas personas que la tienen. Y esto opera a nivel subconsciente.
Es en el análisis en profundidad
donde va a intervenir el cuerpo.
Y también deberá intervenir la sociología crítica para contribuir con la de – construcción de esas lógicas de dominación.
El habitus crea cuerpos “socialmente discapacitados” con la propia connivencia de las personas portadoras de esos cuerpos. Las definiciones ortodoxas de “normalidad” condenan a esos cuerpos a la exclusión social.
Se puede establecer aquí también una comparación con la teoría de género: en América Latina y casi se puede afirmar que en el mundo entero, las acciones son evaluadas de manera diferente si quién las ejecuta es un cuerpo de hombre o un cuerpo de mujer. Se “califica” – por así decirlo – de manera diferente a alguien que, por ejemplo, tiene amantes: si es un varón, se pensará/dirá de él que es “un galán” o “un seductor” (evaluación positiva de un acto que realiza una persona), en cambio, si es una mujer quién lo hace se dirá de ella que es “una mujer fácil” o “una loca/prostituta/calentona” o cosas peores aún (evaluación negativa de un acto que realiza una persona).
Lo mismo ocurre con el cuerpo de las personas con discapacidad, el atributo físico que las convierte en “diferentes” hace que sus acciones sean evaluadas de manera diferencial y, la mayoría de las veces, en forma negativa.
Y también deberá intervenir la sociología crítica para contribuir con la de – construcción de esas lógicas de dominación.
El habitus crea cuerpos “socialmente discapacitados” con la propia connivencia de las personas portadoras de esos cuerpos. Las definiciones ortodoxas de “normalidad” condenan a esos cuerpos a la exclusión social.
Se puede establecer aquí también una comparación con la teoría de género: en América Latina y casi se puede afirmar que en el mundo entero, las acciones son evaluadas de manera diferente si quién las ejecuta es un cuerpo de hombre o un cuerpo de mujer. Se “califica” – por así decirlo – de manera diferente a alguien que, por ejemplo, tiene amantes: si es un varón, se pensará/dirá de él que es “un galán” o “un seductor” (evaluación positiva de un acto que realiza una persona), en cambio, si es una mujer quién lo hace se dirá de ella que es “una mujer fácil” o “una loca/prostituta/calentona” o cosas peores aún (evaluación negativa de un acto que realiza una persona).
Lo mismo ocurre con el cuerpo de las personas con discapacidad, el atributo físico que las convierte en “diferentes” hace que sus acciones sean evaluadas de manera diferencial y, la mayoría de las veces, en forma negativa.
Si
es una persona con discapacidad que trabaja por concientizar y sensibilizar
acerca de los derechos, se pensará de él/ella: que trata de obtener beneficios
por su condición para conseguir prestigio y dinero, que es una “aprovechadora”
y que “por algo lo hace”. Si es una persona con discapacidad y no trabaja por
la concientización sobre los derechos, y ha alcanzado un nivel de vida digno
con prestigio social, se dirá de el/ella que no hace nada para mejorar las
condiciones del colectivo de la discapacidad porque no le importa el tema ni la afecta,
como si no fuera “discapacitada”.
La
capacidad de dictaminar qué es “lo correcto” y qué es “lo no correcto” es
arbitraria y proviene de quién ejerce el poder.
Se
supone que la “imperfección” proviene de un “defecto fisiológico”. Existe un
habitus que “condena” a las personas con discapacidad a ocupar el lugar que
otros/as definen (…) (Silvia Mirta Valori, Cuerpo y
emociones. Cuerpo y discapacidad, 2007) (8)
Mujer
y Discapacidad
“…La regla básica en todas las relaciones
sociales y en el mundo político es que: “lo que cada miembro/a de la sociedad
no haga por sí mismo/a por medio de un esfuerzo sistemático de organización y
superación, no será hecho por ningún/ a otro/a…” (9)
Las mujeres con discapacidad son vistas y percibidas
aún hoy como personas asexuadas y consideradas “medio mujeres” o “no mujeres”.
Ser mujer y
tener una discapacidad son dos características que, aliadas, aumentan la
exclusión, el desempleo, la falta de educación, el maltrato y la violencia. Las
mujeres con discapacidad soportan una doble o múltiple discriminación, la que
sumada a la invisibilización a la que están sometidas dificultan y, en la
mayoría de los casos, imposibilitan su inclusión en los diferentes ámbitos. (“Cuadernillo
de Género y Discapacidad”, Consejo Nacional de la Mujer , 2007) (10)
El cuerpo, que sigue siendo la representación simbólica
de “la madre” para el género femenino, depositario de ideas acerca de lo que es
“fecundo” y “sano” es quién determina en gran parte esta apreciación, ya que en
el imaginario colectivo “no pueden” ser madres, ni esposas, ni novias ni
amantes, primera condición para ser considerada “mujer” por que ese cuerpo no responde
–por lo general – a la mitología popular de “cómo debe ser” el cuerpo de una
mujer, para ser considerada “apta para…” ser novia, amante, esposa, ama de
casa, pero más específicamente, madre.
A las mujeres con discapacidad la sexualidad les es
negada o relativizada ya sea por que “pueden quedar embarazadas” (sometiéndolas
a esterilizaciones sin su consentimiento en algunas instituciones) y además por
que, si efectivamente quedan embarazadas “qué van a hacer con el niño o niña,
cómo lo/a van a criar y tantos interrogantes más”. Son consideradas niñas eternas e
infantilizadas tanto en las relaciones familiares como en el imaginario social.
No se piensa en ellas como destinatarias de programas
de salud sexual y reproductiva. Y las relaciones sexuales y de amor, por placer
también les son negadas (en el imaginario colectivo), por que un cuerpo que no
cumple con el ideal de “belleza” en nuestras sociedades no puede, no debe ni se
le permite tener sexo ni amor por placer.
“… Día tras día, en todo el mundo, los
derechos humanos de las mujeres están en juego, pero no por razones biológicas,
sino actitudinales, culturales y sociales, siendo precisamente las mujeres con
discapacidad algunas de las más afectadas por tener que hacer frente a
múltiples barreras que le dificultan la consecución de objetivos de vida
considerados como esenciales.
La comunidad internacional ha
reconocido la doble discriminación que soportan las mujeres con discapacidad
las cuáles están discriminadas respecto a la población general, a los hombres
con discapacidad y a las mujeres sin discapacidad.
Los datos estadísticos reflejan una
realidad en la que muchas personas, por ser mujeres y tener discapacidad,
tienen escasas posibilidades de desempeñar un trabajo digno, viven con una
pensión mínima, recluidas en el hogar cuidando a otros miembros de la familia y
sin reconocimiento, consideradas con una visión infantilizadora y victimista
como personas incapaces. Todo ello las hace más susceptibles de sufrir malos
tratos psicológicos y físicos…” (Blanco Engido, Encarnación. “Mujer y
discapacidad”, 2003)
(11)
Los Derechos sexuales son ignorados por la mayoría de
las mujeres con discapacidad. Podemos afirmar que existe un Derecho cuando es
conocido por la comunidad, cuando es aceptado por ésta y cuando hay normativa
que lo respalda. Sin embargo, un importante número de mujeres con discapacidad
tienen vedado por completo este conocimiento y más aún, la posibilidad de
hacerlo valer. Si bien la ley sobre salud sexual y reproductiva, la ley de
educación sexual integral y otras han venido a llenar ese vacío legal, aún nos
falta pensar y sancionar una ley y realizar acciones para que, de alguna
manera, se llene el vacío total que hoy soportan las mujeres que tienen
discapacidad y, que no tienen acceso (por ejemplo y para enumerar sólo algunos
faltantes) a material informativo sobre salud sexual y reproductiva editado en
Braille, a los videos con lenguaje de señas e imágenes explicativas para
personas sordas, a camillas ginecológicas accesibles y al acceso libre y
autónomamente a la salud en general, y muy específicamente, por su condición de
mujeres que pueden quedar embarazadas y ser madres, a los cuidados y la
atención de la salud sexual.
Las mujeres con discapacidad tienen, entre
tantos derechos que no son respetados, derecho a vivir su sexualidad y a
expresarla de todas las maneras posibles.
Sexualidad y derechos
La sexualidad es una de las formas que
tenemos de relacionarnos con el mundo.
En el año 2000 la Organización Mundial
de la Salud
(OMS) y la Organización
Panamericana de la
Salud (OPS) definieron “El término “sexualidad” se refiere a una
dimensión fundamental del hecho de ser humano (…) Se expresa en forma de
pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, actividades,
prácticas, roles y relaciones. La sexualidad es el resultado de la interacción
de factores biológicos, psicológicos, socioeconómicos, culturales, éticos y
religiosos o espirituales (…) En resumen, la sexualidad se practica y se
expresa en todo lo que somos, sentimos, pensamos y hacemos” (12)
Sexualidad
implica mucho más que genitalidad y relación sexual. Se encuentra
estrechamente ligada con lo emocional y afectivo, con el respeto y con el
cuidado de nosotros/as y de los/as otros/as. También se relaciona con ideas y preconceptos
muy arraigados y estereotipados que se han ido formando e introduciendo en
nuestras prácticas y costumbres mediante la socialización y el proceso de
sexuación. Aún hoy, en el imaginario
colectivo ni siquiera se concibe que las personas con discapacidad tengan sexo.
Por lo general, las personas – más allá de que tengan o
no discapacidad – no conocen (ni ejercen, en consecuencia), sus derechos
sexuales que forman parte y son un componente esencial de los Derechos Humanos
Universales. Tampoco saben que estos derechos son inalienables y que el Estado
debe garantizar su cumplimiento.
Educar a las personas con discapacidad en sexualidad,
no sólo es necesario, sino que es imprescindible para lograr afianzar la
equidad y la igualdad que estamos buscando y proclamando y que respalda
completamente la Convención
Internacional sobre los Derechos de las personas con
discapacidad que ha sido ratificada por
Argentina en el año 2008 mediante Ley Nacional 26378.
Una sociedad educada según los valores que imperan en
los Cuadernillos de la ESI ,
en el respeto a la diversidad, a las personas con discapacidad y a todas las personas, más allá de
etnias, religiones, apariencia física, géneros, diversidades sexuales, etc.,
será una sociedad donde el bienestar de todos y todas será lo principal. Una
sociedad que estamos comenzando a formar, al conocer nuestros derechos sexuales
y al trabajar por que la Educación Sexual
Integral sea respetada, promovida y enseñada en todos los ámbitos y niveles
educativos y para que las personas con discapacidad estén incluidas
transversalmente en los materiales didácticos, para visibilizarlas y lograr la
verdadera inclusión, sin ámbitos formativos “especiales” donde se separa a los
niños, niñas y adolescentes y, de esta manera se enseña y aprende a
discriminar, a apartar a quién no encaja en “la norma”.
Para hablar de sexualidad, de género, de
discapacidad dentro del respeto al hogar y a la familia debo remitirme a los Artículos
de la Convención
sobre los Derechos de las personas con discapacidad: al Artículo 6 – Mujeres
con discapacidad; Artículo 8 – Toma de conciencia; Artículo 19 – Derecho a
vivir de forma independiente y a ser incluido/a en la comunidad y Artículo 23 –
Respeto del hogar y de la familia y al leer tales artículos podemos darnos cuenta que hoy,
y ya en pleno siglo XXI, debemos, tenemos, necesitamos implementar el cambio de
paradigmas en discapacidad para que las personas que la tienen no sigan siendo
discriminadas, segregadas, subvaloradas, para que puedan formar una familia,
tener hijos/as, los/as que deseen dentro de un marco de respeto a la intimidad
y acceso a la información en formatos accesibles y con discursos y textos
acordes al nivel de comprensión de cada uno/a. Para que las personas con
diversidad funcional no sigan siendo infantilizadas ni consideradas ángeles,
así como tampoco demonios y mucho menos que “Dios los castigó” y “por eso están
así”.
Terrible, fuerte y estigmatizante
pensamiento que hemos heredado de las religiones y que es preciso desterrar.
Conclusiones
El concepto de GÉNERO permite:
Conocer sobre las relaciones entre mujeres y varones
y su posición en la sociedad.
Reconocer las relaciones de desigualdad.
Detectar las condiciones que generan violencia
contra las mujeres.
Analizar la importancia del proceso de
socialización.
La naturaleza y la cultura, el sexo y el género
Sexo: se refiere a las características biológicas
que traemos al nacer y que nos definen como un macho o una hembra. El sexo
pertenece al orden de la naturaleza;
Género: es una construcción social, un producto de
la cultura que establece qué es lo propio del varón y de la mujer, y de las
relaciones entre ambos. Y esto se va aprendiendo y asimilando a través del
proceso de socialización.
Perspectiva
de género: qué es
Es
una herramienta de análisis que nos permite esclarecer las relaciones entre
hombres y mujeres cuyas características sobresalientes son la asimetría y la
desigualdad, en las que se ubica a las mujeres en posición subordinada y
donde las prácticas y proyectos femeninos son subvalorados o valorados
negativamente.
Concepto
de Discapacidad
La
discapacidad es el resultado de la interacción que se produce entre una persona
que tiene una determinada condición de salud, las barreras del entorno y las
ayudas técnicas y personales a los que tiene acceso.
Discapacidad:
El
término Discapacidad se refiere a las barreras físicas, actitudinales,
arquitectónicas, comunicacionales, etc, etc, etc, que cotidianamente “se les
pone” a las personas con diversidad funcional y que les dificultan el ser y el
sentirse incluidas en la sociedad
Discapacidad:
Qué es y Qué significa
Discapacidad
es transitar los mismos caminos que todos y todas, a veces con más
dificultades, a veces con otras dificultades, y a veces sin dificultades…
Discapacidad
es una manera u otra forma más de vivir
Discapacidad:
Qué no es y Qué no significa
Tener
Discapacidad No significa padecer angustia Ni sufrimientos constantes
Discapacidad: modelos de interpretación
Modelo médico: concibe a la discapacidad como
enfermedad y clasifica a las personas, según grados y clases de
disfuncionalidad, estableciendo parámetros de normalidad y de capacidad.
Somete
a las personas a la medicalización, rehabilitación y a tecnologías médicas,
promoviendo su dependencia y desvalorizando sus potencialidades.
La
discapacidad se ubica en el interior de la persona.
Modelo
Social:
(reglamentado y legalizado por la Convención Internacional
sobre los Derechos de las personas con discapacidad que Argentina ratificó mediante
Ley Nacional Nº 26.378)
Concibe
a la discapacidad como una temática socio – cultural; es la sociedad la que
define y discrimina “al diferente” (o a “la diferente”)
Reconoce
a las personas como sujetos de derechos: en este paradigma prima la autonomía,
la búsqueda del empoderamiento, del protagonismo y la no victimización de las
personas.
Se
coloca la discapacidad en el exterior de la persona; es la sociedad con sus
barreras físicas, arquitectónicas, actitudinales y del entorno la que
discapacita. Existe una responsabilidad conjunta para evitar la vulneración de
los derechos y promover la incorporación de las personas con discapacidad en
igualdad de condiciones a todas las demás.
Doble
(o múltiple) discriminación: por género y por discapacidad
Ser
mujer y tener discapacidad significa soportar una doble y a veces múltiple
discriminación; si a estas dos condiciones le sumamos: ser pobre, pertenecer a
determinada etnia, vivir en zonas rurales, etc.
Propuestas:
“Para pensar
de manera diferente a la “discapacidad” y al género, no sólo hay que cambiar
las reglas del juego, sino el juego mismo” (Silvia Mirta Valori. Cuerpo y
emociones – Cuerpo y discapacidad) (13)
No solo hacen falta leyes, sino que hace falta un
cambio, una transformación cultural profunda para erradicar prácticas, ideas,
costumbres, construcciones y mitos sobre el cuerpo, la sexualidad y las mujeres
con discapacidad.
Las niñas, niños y adolescentes que hoy reciben la Educación sexual
integral formarán las familias del mañana. Serán los padres, madres, tías,
tíos, etc., y reproducirán lo que hoy se enseña en las escuelas. Por eso creo
firmemente que es necesario transversalizar cuanto antes la temática en todos
los Cuadernillos, folletos y láminas de la ESI , de manera tal que las personas con
discapacidad estén representadas gráficamente y en los textos. Y que no se
separe a los y las Docentes que reciben la información de los/as Talleristas,
brindándoles una Educación sexual integral “especial”. Si bien hay situaciones
específicas que requieren tratamiento y conocimiento adicional, las maestras,
tienen que ser preparadas todas de la misma forma, todas deben conocer
la temática discapacidad y el nuevo modelo social y de derechos. Y aquellas que
desean cumplir con la función de ser “maestras integradoras” tienen que recibir
más información y conocimientos sobre algunas de las diversidades funcionales que
requieren educación específica, ya sea por los lenguajes alternativos y
aumentativos que se utilizarán, por el lenguaje fácil, por la lengua de señas y/o
el Braille o por otros motivos.
Creo, como mujer y como persona con
discapacidad que vive de manera independiente, que he estado durante casi 30
años casada, que tengo un hijo y una nieta, simbolizar y además representar cabalmente lo que he escrito y
por eso es que, con más énfasis aún, solicito,
exhorto, impulso a todas las personas, con y sin discapacidad a
colaborar para que quiénes lo deseen puedan vivir dentro de un modelo de
autonomía y respeto por la intimidad, por el amor, por la sexualidad, por los
proyectos y por la vida independiente de todas las personas que tienen
diversidades funcionales por que, al fin y al cabo: son sus vidas, son sus
cuerpos. Son nuestras vidas, son nuestros cuerpos!
Que así sea depende también del compromiso
de cada uno de nosotros/as. De cada uno y de cada una de ustedes, que
representan, en definitiva a la Sociedad. Y
que son quiénes pueden, por el lugar en el que están y trabajan, colaborar
exitosamente para instalar estos cambios de paradigmas.
Bibliografía
consultada y citada
(1)
EMILIA
MORENO, “Currículo oculto de Género. La transmisión de modelos sexistas en la
escuela”, Pág. 63 y (1) Urruzola, 1996, citado en “La transmisión de
modelos sexistas en la escuela”, Página 74.
(2) KIPEN
Y VALLEJOS, 2009; Pag. 132. Citado en “Debates y perspectivas en torno a la
discapacidad en América Latina”, Raúl Díaz, Página 35.
(3)
SILVIA
MIRTA VALORI, “Curso de autoconocimiento y desarrollo personal”, 2003, Página
5.
(4) BUTLER JUDITH, “Cuerpos que importan. Sobre los límites
materiales y discursivos del “sexo”, 2002.
(5)
MARÍA
EUGENIA ALMEIDA y MARÍA A. ANGELINO (Compiladoras) “Debates y perspectivas en
torno a la discapacidad en ACA Latina” 2012. Citado
en “Discapacidad y mirada colonial. Reflexiones desde perspectivas feministas
y descoloniales”, Raúl Díaz, pagina 27.
(6)
KIPEN
Y VALLEJOS, 2009; Págs. 137-138. Citado en “Debates y perspectivas en
torno a la discapacidad en ACA Latina” 2012. “Discapacidad y mirada colonial.
Reflexiones desde perspectivas feministas y descoloniales”, Raúl Díaz, Pág. 38.
(7)
ALFONSINA
ANGELINO, Citado en “Discapacidad y mirada colonial. Reflexiones desde
perspectivas feministas y descoloniales” Raúl Díaz, Pág. 35.
(8)
y (13) SILVIA MIRTA VALORI, “Cuerpo y emociones. Cuerpo y
discapacidad” Análisis sobre la disertación del Profesor Miguel Ferreira de la Universidad
Complutense de Madrid en el Instituto de Investigaciones Dino
Germani, Buenos Aires, 2007.
(9)
CASTRO,
JORGE. “El poder debe ser una construcción deliberada”. Manual del Seminario
sobre Políticas Públicas de Igualdad de Oportunidades entre varones y mujeres.
Buenos Aires, 1999.
(10) Cuadernillo de Género y Discapacidad. Serie Cuadernillos del
Consejo Nacional de la Mujer
- Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, elaborado por el
Equipo Interinstitucional de Género y Discapacidad, 2007.
(11) BLANCO
ENGIDO, Encarnación. Mesa Redonda “Mujer, discapacidad y justicia”. I Congreso
Internacional sobre Mujer y Discapacidad. Valencia, España, 2003.
(12) Educación
Sexual Integral para la Educación
Secundaria. Serie Cuadernillos de ESI, Pag. 11, “A qué
llamamos sexualidad”
“Reunión de Consulta sobre Salud
Sexual, convocada por la Organización
Panamericana de la
Salud (OPS) y la Organización
Mundial de la Salud (OMS), en colaboración
con la Asociación Mundial
para la Salud Sexual ,
que se realizó del 19 al 22 de Mayo de 2000 en Antigua, Guatemala”.
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